Cuñado : Hermano del cónyuge o el cónyuge del hermano. Se trata de un vínculo familiar que una persona adquiere a partir del casamiento de su hermano o hermana.
Cuñadismo: Término que se emplea para referirse a la tendencia a opinar sobre cualquier asunto, queriendo aparentar ser más listo que los demás.
El cuñadismo español
El cuñado español, bien lo sabemos, presume de saberlo todo y más que nadie de cuerpo presente o fallecido, un listo que nunca falta en sonadas fiestas familiares. Se trata de un personaje del que somos juez y parte, pues todos los españoles y españolas que tenemos cuñados y cuñadas somos a su vez, lógicamente, cuñados y cuñadas.
En un lugar del comedor del que no querréis acordaros os habréis sentado junto a vuestro cuñado o cuñada para compartir el banquete doméstico de Nochebuena, Navidad, Nochevieja, Año Nuevo o en la festividad de los Reyes Magos. O todos esos días del calendario, si vivís en el infierno. El infraser ayuntado con vuestro hermano o hermana pontificará sobre todo: política, feminismo, Cataluña, el cambio climático, Trump, Rosalía , ...., y por supuesto, sobre gastronomía. Si además él o ella ,porque la cuñada española es igual de irritante y resabida, cocinan, aunque sea un plato, pasaréis una eternidad con un gañán dando la paliza verbal a todos mientras el resto de la mesa acogota la mirada entre los langostinos para no contestarle y liarla.
Pero quizás has aprendido algo de "veladas anteriores" y has puesto en marcha una guía de comportamiento que os ha permitido alcanzar un aislamiento zen, bajo el cual transitar por ese inevitable infierno navideño con la concentración suficiente para ignorar al cuñado. Porque ya sabéis por años precedentes que no merece la pena replicar a un cuñado: es como alimentar a un trol. Es mejor quererlo. Amarlo. De hecho, aprender a encariñarse con el cuñado español, sea cual sea su variante, es aprender a querer a la España de verdad.
Pero no puede actuarse del mismo modo con cualquier cuñado y . hay que clasificarlos para darles a cada uno lo que se merece. En nuestro caso , de las múltiples especies de cuñados existentes, nos ocuparemos del cuñado gastronómico.
El cuñado agridulce
El cuñado agridulce es el cuñado a medio cocer, el cuñado gañán, con mucha disposición pero ningún talento, y una visión del mundo que cabe en un llavero con logotipo de coche caro. Es el que cada día actualiza su estado en Facebook con un presunto chiste sonrojantemente machista y/o xenófobo sacado de una captura chunga de WhatsApp y odia con ferocidad todo lo relativo a la gastronomía, hasta la misma palabra.
“¿Qué deconstrucción nos has preparado este año para la cena, eh, campeón?”, te dirá en cuanto te vea poniéndote el delantal, acompañado de una sonora palmada en la espalda.Te preguntará cuanto te ha costado el marisco, para decirte que otra vez se lo digas a él, que tiene un amigo que le pude conseguir marisco fresco de Galicia por dos duros.Esta frase puede incluir, según del tipo de cuñado que tengas en casa, otros alimentos, como el jamón. El cuñado por excelencia siempre sabrá cómo conseguir este tipo de productos a un precio mucho más reducido. No obstante, nunca aparece por la puerta con ellos.
Si tienes a un cuñado agridulce en casa, nunca se te ocurra preparar gyozas “¿Esto qué son, empanadillas chinas?”, buñuelos de bacalao “¿Esto qué son, croquetas chinas?”, ni risotto (“¡Cocinillas, parece que se te ha emplastado el arroz chino, jajaja!”). Cualquier plato con abundancia de verduras o hortalizas disparará su broma de gallo de corral: “¡Mira, yerbas de las que comen las locas esas que no quieren que violen a las gallinas!”. Así que hazle un simple asado de cordero o mejor de cabrito con patatas panadera y ponle vino de Rioja, mucho Rioja: “Ahora hay vinos hasta de Canarias, pero qué quieres que te diga, a mí el único que me sabe a vino de verdad es el Rioja. El de siempre. Y aún te digo más: prefiero el crianza que el reserva”. Si al ver tu teléfono móvil te pregunta si “tú también te has comprado un jagüei”, y si es otro, te dirá que ya lo habría visto en Internet por un precio mucho menor al que tú lo has comprado. Es un hombre bruto pero campechano, con un fondo machista y xenófobo, con un contundente discurso sobre la amenaza de Oriente que ha mantenido durante cientos de desayunos con otros cuñados similares en el único bar de su barrio “que aún no ha cogido esta gente ( los chinos)”. “¿Te puedes creer que hasta han aprendido a preparar las gambas con gabardina?”.
Librarse del cuñado agridulce es muy fácil: cuando departiendo en animado soliloquio sobre política o cualquier otro tema , nacional o internacional, que si de él dependiera arreglaba en dos días, se haya bebido dos botellas de cava no catalán que ha traído él ufanándose de su fidelidad mesetaria al boicot, hay que preguntarle en voz baja si recuerda algún chiste de Arévalo. En cuanto empiece a desplegar el arsenal, deja que tus hermanas, primas, cuñadas, madre y abuela hagan el resto.
El cuñado culinario
El cuñado culinario, es experto en sacarle pegas a cuanto le plantan en la mesa, y se siente autorizado para dar lecciones a todo el mundo. Hablamos del cuñado clásico, el original: “A este vino le falta respirar”, “el solomillo como mejor está es con un buen foie”, “en relación calidad precio, la mejor sriracha del mercado es la del Mercadona”, “el boletus es el rey de las setas” y otros grandes éxitos de gasolinera. Se ha apuntado a un curso de catas, ha leído no sé qué en una de las infinitas revistas de cocina y ha decidido odiar la thermomix, aunque jamás la haya usado: “Se pierde la magia de la cocina, y por ese dinero cenas en setenta restaurantes Michelin”, sentencia, como si efectivamente se supiera todas las estrellas españolas de memoria de tanto frecuentarlas. En las muchas navidades que llevas coincidiendo con él no recuerdas haberle visto echar una mano en la cocina, siquiera para recoger la mesa, a no ser que se trate de descorchar.
Aún no habréis acabado el primer plato y el cuñado culinario ya os estará enseñando fotos de su Instagram con las últimas visitas a algún gastrobar decorado con palmeras, cuadros blancos de marco rastrillo-rococó y lámparas de filamento: “Es un cocinero con un discurso muy coherente, trata de maravilla el producto”. Sé comprensivo y déjale que te recite los 11 platos del menú degustación, con sus correspondientes fotos cenitales embellecidas por el filtro Lo-Fi. Aguanta hasta la última, donde sale con el chef levantando el pulgar.
Tu cuñado culinario ha traído un minúsculo táper con unos raviolis de pera y cabrales como aportación a la cena -uno por cabeza-, y la chapa que os ha soltado mientras los comíais ha durado más que el discurso del Monarca. Para la sobremesa os presenta una “ginebra premium” cuya botella refulge todavía el sablazo que le han debido de atizar en la tienda gourmet: “Como siempre digo, es mejor beber poco y bueno que mucho y malo. Y si es mucho y bueno, pues mucho mejor”. Aunque solo añade al gin-tonic “una corteza de cítricos, porque no me gustan las mariconadas”, se esmera en sacarle un coqueto twist al limón. Cuando le pide a tu madre una cucharilla larga para escanciar lentamente la tónica, tu madre limpia el cucharón con el que ha servido las carrilleras y se lo planta en la mano sin inmutarse. “La tónica es india y ecológica”, anuncia aquel. El sablazo ha sido doble.
Hay que agradécele sus conocimientos interesándose por la máquina de cocinar al vacío o cualquier otro artilugio de alta cocina que se acaba de comprar, y si la charla se prolonga tantas horas como le cuesta preparar un cochinillo, pregúntale qué hizo con aquel sifón para espumas que compró hace unos años. Cambiará de tema de inmediato.
El cuñado Apicio
Llegamos a la cumbre de la pirámide del cuñadismo. El cuñado o cuñada Apicio está tan versado en la ciencia gastronómica que alberga en su interior a los hermanos Adrià y a los hermanos Roca bajo la apariencia de los hermanos Torres. Ha renunciado a la cocina propiamente dicha, burda tarea manual, para dedicarse a ser un epicúreo comensal. Suele compartir su afición académica con su pareja, gustando ambos de sujetar la copa de vino desde la base, para no intervenir en su temperatura. Se colocan la servilleta sobre las rodillas como un sacerdote se pondría una ínfula. Y se complementan las peroratas sobre sus últimos cosmopolitismos con una sincronización propia de Pimpinela ante la que es imposible no embelesarse.
Al sentarte a la mesa ya te habrán soltado que “no has probado el paztai de verdad hasta que has viajado a Thailandia, pero a la Thailandia real, no la que visitan las turistas”. El año pasado dijeron algo parecido de los restaurantes japoneses, y hace diez, recién aterrizados de Cancún, de los tacos, el tequila y el mole. Testarán el vino que hayas llevado con un brevísimo mohín de desagrado, aunque sin dejar de sonreír, proponiendo como quien no quiere la cosa que se abra la botella de Muga que han traído y sacado de la bolsa con un elegante aspaviento: “Íbamos a coger el Marqués de Carraovejas pero se les había acabado. Es un dolor que tu bodega favorita se ponga de moda, chico”. Por supuesto, te harán partícipe del último capítulo de Chef’s Table que les ha epatado en Netflix, probablemente porque Massimo Bottura (capítulo 1, temporada 1) les pareció un personaje “súper inspirador, de esos que es imposible encontrar en este país de pandereta. Me sentí además muy identificada porque ¿te puedes creer que me vuelvo loca para encontrar un parmiggiano reggiano auténtico?”. Alucinante, en qué mundo vivimos.
Cuando sirvan los langostinos, los pelarán con cuchillo y tenedor rememorando los frutti di mare que tomaron este verano en Venecia con champán Dom Perignon, “que ríete tú del cava, jajaja. No, ahora en serio, hay cavas muy buenos, pero claro, donde esté un buen champán…”. Y tienen razón, según asentirás chupando la cabeza de tu crustáceo con ansiedad. Al llegar el solomillo, os contarán dónde compran ellos la carne de buey: “Madurada durante 40 días en cámara, no veas qué delicia, con una grasa infiltrada que se deshace en la boca como mantequilla”. Deslizarán con falsa discreción que pagan la susodicha vaca marchitada a una barbaridad de ecus el kilo, “muy cara, la verdad, pero chico, como decimos nosotros, si no te das tú los caprichos, ¿quién te los vas a dar, eh?”. Tú los mirarás fijamente con una sonrisa congelada, deliciosamente infiltrada en tu cara, y solo dirás “ajá”, mientras vuelcas lentamente la copa en tu boca abierta, sin tragar, dejando que vean cómo tu dentadura y tu lengua se anegan en púrpura. Entonces se callarán. Y podrás tranquilizarte.
El cuñado normal
A veces la suerte deposita en tu familia a una cuñada o cuñado normal, dicho de aquellos que se comportan como son sin amargarte la comida: escuchan al Rey con la misma cara que pone él; les gusta comer sin melindres y no despliegan ringorrangos en la mesa. Beben de todo, con un criterio bastante laxo que se difumina al ritmo de las burbujas. A la hora de las copas, acaban comiéndose las peladillas de la bandeja del turrón mientras falla preguntas del Trivial , a lo que se añade una querencia sobrenatural e incontrolable a volcar al menos una copa de vino encima del mantel por cena. Y como a todos eso nos ha pasado alguna vez , todos asumimos que verter una copa da buena suerte y la velada sigue sin mayores contratiempos,
Fuente: https://elcomidista.elpais.com
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