El
cine siempre se había interesado por el continente negro, que a
principios del siglo XX seguía inexplorado en gran parte. África
era una tierra misteriosa, en la que todo parecía posible, el lugar
ideal para vivir aventuras fascinantes. Los documentales rodados en
tan lejanas tierras gozaron de gran popularidad, lo que animó a la
prestigiosa Metro
Goldwyn Mayer a
emprender una épica aventura, que ha pasado a los anales de
Hollywood con letras de oro y abrió nuevas perspectivas a los
inquietos y heroicos pioneros del cine.
La Metro pretendía rodar el
film de safaris definitivo, y para ello proyectó una expedición
cinematográfica con destino a África. Al frente de la misma
pusieron a W.
S. Van Dyke, un
cineasta y aventurero , amante de los grandes espacios abiertos y
cazador experto que aceptó el encargo con entusiasmo. Se ocupó
personalmente de supervisar hasta el último detalle de la expedición
y contrató los servicios de cazadores profesionales para guiarles a
través de aquella tierra misteriosa.
Cuando regresaron a Hollywood
tras el viaje, Van Diyke y su equipo habían filmado 60.000 metros de película con magníficas escenas africanas , prácticamente todas
aprovechables.Utilizando parte del material filmado, Van Diyke filmó para la Metro la película de safaris Trader-Horn,
que
se estrenó en enero en 1931 convirtiéndose en una gran éxito
comercial.
VÍDEO: TRADER HORN ( 1931) -Trailer
Tras
el exitoso estreno del film, la Metro para utilizar en otro film el verdadero tesoro en imágenes documentales rodadas en África, llegó finalmente a un acuerdo con Edgar
Rice Burroughs creador de Tarzán , que sorprendentemente jamás estuvo en África, para realizar una película sobre las historias del personaje, pero con algunas modificaciones para adaptarlas a las
necesidades cinematográficas. Aunque inicialmente Burroughs no estaba muy de acuerdo con
ello, la sustanciosa suma ofrecida por la Metro acabó con la cesión los derechos cinematográficos al poderoso Estudio.
Se quería realizar un film espectacular, que diera mucho dinero en taquilla, pero que poseyera también ciertos valores artísticos, así que tuvo claro desde el principio que el director idóneo era W. S. Van Dyke. Por otra parte, en la cinta se emplearían con profusión las imágenes rodadas poco antes en África, y nadie conocía ese material tan bien como Van Dyke.
En realidad, al Estudio y a Van Dyke les habría gustado rodar el film en escenarios naturales africanos, pero como el director estaba enfermo de paludismo y precisaba asistencia médica regular, se optó por filmar en Hollywood. A Van Dyke no le gustó nada tener que hacerlo así, pues ansiaba volver a las inmensidades africanas, pero no tuvo otro remedio que aceptar los hechos. Nunca más volvería a recuperar del todo la salud. La dolencia contraída en el continente negro, unida a su peculiar carácter y su forma de vivir intensamente, le pasaría factura. En 1943, con tan sólo cincuenta y cuatro años, falleció de un repentino y fulminante paro cardíaco.
En realidad, al Estudio y a Van Dyke les habría gustado rodar el film en escenarios naturales africanos, pero como el director estaba enfermo de paludismo y precisaba asistencia médica regular, se optó por filmar en Hollywood. A Van Dyke no le gustó nada tener que hacerlo así, pues ansiaba volver a las inmensidades africanas, pero no tuvo otro remedio que aceptar los hechos. Nunca más volvería a recuperar del todo la salud. La dolencia contraída en el continente negro, unida a su peculiar carácter y su forma de vivir intensamente, le pasaría factura. En 1943, con tan sólo cincuenta y cuatro años, falleció de un repentino y fulminante paro cardíaco.
En San Fernando Valley, al norte de Hollywood, se erigió una selva que poco tenía que envidiar a la real y que cubría doce acres de extensión. No era estrictamente un decorado, porque los árboles no eran falsos, sino auténticos ejemplares africanos trasplantados allí. Los terrenos alquilados por la Metro incluían el lago Toiluka, en cuyas proximidades se levantó un poblado nativo con todos sus detalles. No obstante, para filmar las escenas de Tarzán y Jane flirteando al borde del agua se utilizó una piscina, reservando el lago para las escenas generales y las espectaculares zambullidas del hombre mono. Aquella pequeña selva artificial, que no falsa, estaba tan lograda que posteriormente se usaría como escenario de numerosas películas de aventuras.
El mayor problema no fue conseguir los animales, sino dotar al impresionante zoológico que reunió la Metro de los medios imprescindibles para su mantenimiento, tales como veterinarios y servicios de alimentación para las fieras, además de un equipo de seguridad, formado por tiradores expertos buenos conocedores de la fauna africana, que se ocuparon de garantizar la integridad física de técnicos y actores mientras duró el rodaje. El único problema importante lo dieron los elefantes. Sólo se disponía de ejemplares procedentes de la India, algo más pequeños que los africanos y con orejas de menor tamaño. Se decidió que se les aplicarían unas prótesis en los pabellones auriculares. El resultado era convincente, pero cuando los animales se acariciaban con las trompas o emprendían el trote, los postizos se desprendían. A pesar de todo en pantalla no se aprecian tales trucos, y los elefantes parecen verdaderamente africanos.
La
parte más complicada de la preproducción fue la elección del actor
que debería encarnar al hombre mono. Van Dyke lo tenía claro:
Necesitaba un hombre joven y fuerte, bien constituido,
preferiblemente atractivo, que supiera actuar convincentemente,
aunque lo primordial es que poseyera un buen físico; pero no lo
encontraba.
Clark Gaeble quiso ser Tarzán, pero Van Dyke lo despacho con un conciso: Es demasiado canijo. Charles Bickford, fue rechazado por el director por ser demasiado mayor, pues ya contaba cuarenta y dos años. John Mack Brown se aproximaba bastante a lo que buscaba Van Dyke, pero era demasiado bajo. …. Finalmente se escogió a a Herman Brix, un consumado atleta que, además de responder fielmente a lo exigido por Van Dyke, sabía moverse ante la cámara y poseía cierta dignidad personal que le iba muy bien al lado aristocrático del personaje imaginado por Burroughs. Pero pero, tras unas prometedoras primeras pruebas, Brix se lesionó la espalda, teniendo que someterse a un lento y difícil proceso de recuperación, accidente que retrasaba el inicio con la consiguiente pérdida económica para el Estudio , y que constituyó la ocasión de su vida para un atleta en natación desconocido en Hollywood llamado Johnny Weissmuller, que para Van Dyke poseía las excepcionales características físicas exigibles a Tarzán.
Johnny Weissmuller
Weissmuller era un atleta consumado, capaz de nadar y correr como nadie, pero, obviamente, tuvo un doble para determinadas escenas, sobre todo para aquellas que le mostraban cruzando la selva de liana en liana. Entre la hojarasca del decorado se camuflaron varios trapecios, que le sirvieron al trapecista mejicano Alfredo Cardona para, debidamente caracterizado, doblar a Weissmuller en las secuencias más acrobáticas. Las tomas están muy bien hechas y en ningún momento se aprecia que el que cuelga de las lianas no es Weissmuller. Por desgracia, los jefazos de la Metro insistieron en magnificar la fortaleza física de Tarzán con un efecto de aceleración aplicado a las secuencias en las que corre. Tal efecto, empleado también en otras películas de variada temática, se nos antoja ridículo hoy día y resta algo de credibilidad a las hazañas tarzanescas.
Van Dyke era apreciado por su eficacia y rapidez al filmar, lo demostró en Tarzán de los monos. El rodaje comenzó en enero de 1932, y apenas dos meses después se estrenaba la película. La filmación, por tanto, fue notablemente rápida. Pero además Van Dyke no se pasó ni en un centavo del presupuesto, lo que agradó sobremanera al Estudio. El coste exacto del film fue de un millón de dólares, que se convirtieron en varios millones de beneficios en taquilla en poco tiempo.
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