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15 de septiembre de 2017

LOS MONASTERIOS DÚPLICES

Cuando se piensa en monasterios viene a nuestra mente la idea de un lugar habitado por una comunidad religiosa masculina o femenina. Pero existió en la Alta Edad Media un tipo de régimen monástico en el que religiosos de ambos sexos vivían en comunidad, el denominado monacato dúplice. Éste se desarrolló en época visigoda y, aunque se dieron ejemplos de este tipo de cenobios en todos los territorios cristianos, fue en la Península Ibérica donde conoció mayor difusión, prolongando su existencia hasta comienzos del siglo XII. 
Algunos monasterios dúplices podrían tener su origen en una práctica de los monasterios femeninos, que consistía en el gobierno y la protección de las comunidades de monjas por parte de una comunidad masculina. Esta práctica fue regulada el 13 de noviembre de 619 en el Concilio Hispalense II, presidido por Isidoro de Sevilla (+ 636), concretamente en su canon XI. Según este sínodo, la tutela de la congregación femenina sería ejercida por un único religioso, pero en la práctica se hacían acompañar de un pequeño grupo de monjes para ayudarlo en sus funciones. Así, en el capítulo XVI de la Regula Communis, atribuida a Fructuoso de Braga (+ 665), ya aparece regulada esta cohabitación. Aunque no en todos los casos esta tuitio daría lugar a cenobios dúplices, sí pudo favorecer la transformación de muchas de estas comunidades.

Los primeros monasterios, los que aparecieron tras los primeros eremitas, eran dúplices, acogiendo a  miembros de ambos sexos de las familias aristocráticas fundadoras de dichos cenobios. ¿Qué motivos llevaban a los nobles altomedievales a fundar un monasterio? Estar hablando de instituciones religiosas puede llevar a pensar, en un primer momento, en razones de tipo espiritual, pero realmente tuvieron más peso otras más “terrenales”, de índole socio-económico. 
En primer lugar, con la creación de cenobios, sus fundadores trataban de escapar a la jurisdicción episcopal y aprovecharse de los beneficios económicos con que disfrutaban los monasterios, fruto de la legislación eclesiástica. 
En segundo lugar, en la Alta Edad Media la nobleza carecía de un “status” jurídico mediante el cual pudiera transmitir su condición social a los descendientes, no existía pues el concepto social de linaje. De este modo, será la herencia el factor que permita conservar dicha condición social, y, dentro de ella, el patrimonio será el factor primordial en su configuración como clase dominante. El funcionamiento de la herencia imponía una transmisión de padres a hijos que contemplaba las cuatro quintas partes de los bienes de los progenitores, de manera equitativa, sin distinción de sexos o edades, disponiendo los padres de la parte restante a su antojo; si bien generalmente la donaban a un monasterio. Para evitar la disminución del patrimonio familiar, que era esencial para conservar su condición social, estas donaciones recaían en los monasterios fundados por estos nobles sobre los cuales ejercían cierto control. Se advierte, de este modo, como muchos monasterios familiares fueron fundados para conservar la unidad patrimonial de la familia. 
En tercer y último lugar, el monasterio puede tener también una función estratégica: los nobles altomedievales no tenían una residencia fija, por lo que el monasterio podría funcionar como centro gestor de la explotación de sus propiedades y punto de encuentro y convivencia para el grupo familiar. 



Poco a poco estas comunidades familiares fueron desapareciendo para dar paso a lo que se conoce como monasterios dúplices,  constituidos conjuntamente por comunidades religiosas femeninas y masculinas, y que por lo general  constaban de dos comunidades que vivían en el mismo recinto , compartiendo una iglesia común , unos servicios comunes (cocina, almacenes, despensas y huertos) y un superior. 
El conjunto siempre estaba regido por una abadesa. Había reglas como la conocida como “Regla de un padre para vírgenes” que confería a la abadesa las mismas funciones que a un abad, incluida la confesión y la absolución. Pero estos últimos aspectos fueron prohibidos por los obispos que consideraban que sólo un clérigo, de sexo masculino, podía realizar esta función. 
Estos monasterios dúplices no gustaban ni a determinados monjes, ni a los clérigos y menos aún a los obispos. También había monjes que acudían a estos monasterios y que no veían con agrado la presencia de monjas.  A este respecto siempre había quejas, así un monje se quejaba de que las monjas comían a todas horas, y siempre andaban comiendo galletas, pastas o frutas. También se quejaban de que cotilleaban en sus celdas cuando deberían estar rezando y que perdían el tiempo tejiendo finas telas, jugueteando entre ellas y danzando. 
Se dio el caso de que en los monasterios dúplices  ya no acudían las mujeres de familias aristocráticas, ya que era un ambiente  que sus maridos recriminaban. permitiéndose la entrada a todo tipo de mujeres, siempre y cuando se mostrasen verdaderamente arrepentidas de sus pecados anteriores. Así, muchas de las futuras novicias provenían de los bosques y eran prostitutas a las que se había regenerado… ¡Nuevo escándalo para los clérigos! 


En estos monasterios los hombres y mujeres se encontraban relativamente separados a cada lado de la iglesia conventual. Cada grupo tenía sus propios horarios y teóricamente solo la misa, celebrada por canónigos , los juntaba. 
Lo cierto es que a pesar de todo empezaron a darse casos escandalosos entre hombres y mujeres, lo que dio origen a que se empezara a tomar medidas para separarlos.Para evitar miradas y sonrisas y contactos entre unos y otras, se empezó por colocar una pantalla longitudinal en la iglesia para ocultar a los clérigos de las monjas y para la comunión se ideó una especie de torno que impedía cualquier contacto. Finalmente y ante su ineficacia se prohibió a los hermanos legos a asistir en las horas nocturnas a la iglesia, sobre todo si acudían monjas. 
Aún así siguieron las denuncias de contactos sexuales entre hombres y mujeres , que acabaron en escandalosos embarazos. 
Ante la situación, el papa Alejandro ordeno cambiar inmediatamente los alojamientos a los canónigos y a las monjas y crear instalaciones completamente separadas. Para la Iglesia era evidente que hombres y mujeres no podían practicar juntos una vida religiosa sin riesgos de dañar la castidad. Estas separaciones no consiguieron más que crear frustraciones entre algunos monjes, aumentado el caso de homosexualidad y abusos de los niños oblatos. 

Finalmente se suprimieron los monasterios dúplices, con hombres y mujeres viviendo totalmente separados y a la suficiente distancia. Así, en los lugares en que estaban juntos, se instó a las monjas  a que recogieran sus cosas y buscasen alojamiento en otros lugares. Fue sin duda una decisión injusta, ya que las monjas eran siempre las más débiles y las que tenía más dificultades para viajar en aquella época. Pero se temió que si se instaba a los monjes a marcharse se podría producir una rebelión. Si las monjas se rebelaban siempre sería más fácil dominarlas y amenazarlas con la excomunión. Indudablemente esta decisión ocasionó grandes trastornos a las monjas, pero también las liberó de ser humildes sirvientas que atendían disciplinadamente a las comunidades de los hombres. 
Aún estando  oficialmente suprimidos, en el siglo XII, las llamadas  monjas benedictinas, llamadas tuquinegras así por usar en su vestimenta unas tocas negras convivían en sus monasterios con un gran número de monjes varones que se suponía las protegían y que eran conocidos con el nombre de milites. 
Fuentes El enigma medieval –Jorge Blaschke-Ediciones Robinbook S.L./ Historia 16: Los monasterios dúplices- Nº 370.

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