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1 de diciembre de 2017

SERENDIPIAS O LA FLAUTA DEL BURRO


Tomás de Iriarte nació en La Orotava, municipio español al norte de la provincia de Santa Cruz de Tenerife, Canarias, en 1750 y murió en Madrid en 1791. Desde joven se dedicó a la traducción de obras de teatro francés, y el Arte Poética de Horacio, en 1777. Pero este escritor y fabulista español es esencialmente conocido por sus "Fábulas literarias", que muchos críticos consideran de mayor calidad poética que las de Samaniego. Una de sus fábulas más conocidas es El burro flautista:

Esta fabulilla, 
salga bien o mal,
me ha ocurrido ahora 
por casualidad. 

Cerca de unos prados 
que hay en mi lugar, 
pasaba un borrico 
por casualidad. 

Una flauta en ellos 
halló, que un zagal 
se dejó olvidada 
por casualidad. 

Acercóse a olerla 
el dicho animal, 
y dio un resoplido 
por casualidad. 

En la flauta el aire 
se hubo de colar, 
y sonó la flauta 
por casualidad. 

«iOh!», dijo el borrico, 
«¡qué bien sé tocar! 
¡y dirán que es mala 
la música asnal!» 

Sin regla del arte, 
borriquitos hay 
que una vez aciertan 
por casualidad.


Y ocurre que este sonar la flauta, vulgarmente llamado casualidad,cuando accidentalmente produce un descubrimiento científico afortunado e inesperado recibe el nombre de serendipia , palabra que tiene su curiosa historia derivada del cuento persa Los tres príncipes de Serendip 
Hace mucho tiempo, vivió en Serendip, en el Lejano Oriente, un poderoso rey llamado Giaffar. Tenía tres hijos a los que amaba profundamente. El rey les dio la más delicada educación para que acompañaran a su poder todas las virtudes que son necesarias a un príncipe. Fueron adornados con la sabiduría y la maestría en las artes y alcanzaron el dominio de todas las ciencias. Aun así, su padre pensó que la sabiduría de los príncipes no estaría completa hasta que no caminaran por el mundo y conocieran a sus gentes, así que les hizo emprender un viaje.
En su camino se toparon con las huellas de un camello, a la vista de las cuales supieron deducir que el animal estaba cojo, ciego de un ojo, le faltaba un diente, llevaba a cuestas una mujer embarazada y, además, acarreaba miel en un lado y mantequilla en el otro. Poco después, un mercader que había perdido el camello, les preguntó por él, y ante la respuesta tan meticulosa de los tres príncipes, los acusó de habérselo robado.
Los príncipes fueron llevados a presencia del emperador Beramo. Este les preguntó cómo pudieron saber con exactitud tantas cosas sobre el camello sin haberlo visto nunca y ellos le refirieron sus deducciones: El camello había comido hierba del lado del camino en que esta era menos verde, así que debía haber sido ciego de un ojo. Había a lo largo del recorrido montoncitos de hierba masticada, del tamaño del diente de un camello, que debieron caer por el hueco del diente que le faltaba a éste. 
Las huellas mostraban que arrastraba una pata, así que debía de ser cojo. Había hormigas en un lado del camino, atraídas por la mantequilla derretida, y moscas en el otro, comiendo la miel derramada. Junto a las huellas del lugar en que el camello se había arrodillado, estaban las de unos pies y, junto a ellos, orina de una mujer. Había también huellas de manos, por lo que supusieron que la mujer estaba embarazada y tuvo que apoyarse en sus manos al orinar. El juicio se vio interrumpido por el anuncio de que el camello había sido encontrado. El emperador Beramo, encantado por la sabiduría de los tres hermanos, los despidió colmándolos de regalos y ellos siguieron sus aventuras. 
Así, los tres príncipes encontraron, sin buscarla, la respuesta a problemas que no se habían planteado; descubriendo incidintamente , gracias a su capacidad de observación y a su sagacidad, la solución a dilemas impensados, y tan peculiar debió parecerle este don a un anónimo testigo, que decidió inmortalizarlo escribiendo el anónimo relato que llevó por título, en inglés, “The Three Princes of Serendip”. Mucha gente leyó ese libro a lo largo de los años, pero cuando lo leyó el señor Horace Walpole en el siglo XVIII algo cambió, inventándose la palabra serendipity para definir ese don que como a los príncipes del cuento permite hacer un descubrimiento o un hallazgo afortunado, valioso e inesperado que se produce de manera accidental o causal, o cuando se está buscando una cosa distinta. También puede referirse a la habilidad de un sujeto para reconocer que ha hecho un descubrimiento importante aunque no tenga relación con lo que busca, y en términos generales a la casualidad, coincidencia o accidente. 

Y como muestra de serendipias cuatro ejemplos de los muchísimos que existen: la penicilina, el celuloide, el caucho vulcanizado y el post-it.


La penicilina 

El médico Alexander Fleming decidió concentrase en el problema de matar bacterias sin dañar el tejido ni alterar el sistema inmunológico. Pero he aquí, que Flemming tenía fama por algo más que por su brillantez como médico (y por ser buen tirador), era por tener el laboratorio más desastrado de todo Londres. En el Hospital Saint Mary de Paddington, cuando terminaba cualquiera de sus investigaciones, dejaba los platos de cultivos de tejidos desperdigados y sin esterilizar. Al cabo de unas semanas, el laboratorio estaba lleno de docenas de esos cultivos desatendidos que, antes o después, él examinaba por si había algo interesante y luego lo lavaba todo con antiséptico. 

Un día a principios de 1928, volvió de vacaciones para incorporarse a su ajetreo habitual. Días antes había estado observando las variaciones de color entre las bacterias y había cultivado docenas de estafilococos procedentes de furúnculos y abscesos, y también de infecciones de nariz, garganta y piel. Algunos platos habían quedado casualmente medio sumergidos en una bandeja plana de antiséptico lisol y, antes de descartarlo, Fleming le echó una mirada. Para su sorpresa, en el centro de un plato había un pedazo de moho y alrededor un área desprovista de bacterias, que parecían haber sido matadas por el moho. Este descubrimiento accidental le concedería a Alexander Flemming el Premio Nobel: el moho resultaría ser penicilina. 

El celuloide 

En 1869, los fabricantes de bolas de billar Phelan y Collander ofrecieron cien mil dólares como premio a quien encontrara un sustituto del marfil. 

Esta oferta llamó la atención de un par de impresores de Albano, Nueva Cork, llamados Jhon e Isaiah Hyatt, y a ello se dedicaron, prensando una mezcla de serrín y papel con cola en un intento de obtener un sustituto del marfil. Enfrascado en su trabajo se cortó un dedo y acudió a su botiquín en donde, sin querer, volcó un frasco de colodión derramando su contenido; el disolvente se había evaporado , dejando una capa de nitrocelulosa en el estante. Tras varios experimentos, Hyatt y su hermano descubrieron que el nitrato de celulosa y el alcanfor, mezclado con alcohol y calentado bajo presión, formaba un plástico aparentemente adecuado para las bolas de billar.

Hyatt y su hermano no ganaron el premio por el sustituto de las bolas de billar, quizás porque las bolas hechas por ellos tendían a explotar. Pero patentaron su plástico hecho de nitrato de celulosa y alcanfor en 1870 bajo el nombre de celuloide y legó a ser popular para otras aplicaciones. A finales del siglo XIX, era utilizado para cuellos y puños de camisas de caballero. Fue moldeado para placas de dentaduras postizas, mangos de cuchillo, dados, bolígrafos y estilográficas y revolucionó el mundo de las baratijas. 


El caucho vulcanizado 

Otra famosa serendipia fue la de Charles Goodyear, inventor del caucho para neumáticos. El caucho en origen se volvía quebradizo con el frío y viscoso con el calor, haciendo imposible su uso en los neumáticos, pero Goodyear estaba convencido de que podía modificarlo para hacerlo más resistente a los cambios de temperatura. Con tanto afán y tan poco éxito se dedicó a sus investigaciones que su mujer terminó prohibiéndole que investigara más sobre el caucho, por el bien de la economía familiar y la salud mental de Charles. Pero él siguió investigando, a escondidas. Era un cauchópata. Un día que estaba en casa experimentando con caucho y compuestos de azufre, apareció su mujer antes de lo previsto. Goodyear escondió rápidamente su muestra en el primer sitio que encontró, el horno encendido. Cuando pudo sacarlo, descubrió que la cocción había endurecido el caucho hasta hacerlo útil para su uso en neumáticos. Había inventado el caucho vulcanizado. 

Pero al pobre Goodyear no le fueron bien las cosas. Su patente no fue respetada por nadie, todos le copiaron el método y él no pudo sacar beneficios de su descubrimiento.

El Post-it 

La historia de Post-it se remonta a finales de los 60 cuando el doctor Silver Spencer, científico de 3M, paradójicamente desarrolla un adhesivo suave que se pegaba ligeramente a las superficies cuando intentaba crear algo que tuviera propiedades completamente contrarias. Spencer había hallado algo llamado microesferas. Un adhesivo que retenía su adherencia pero con la capacidad de removerse fácilmente de cualquier superficie.El problema era que en ese momento no tenía la más mínima idea de cómo usar o aplicar este adhesivo que recién había creado. 

Para ello tendrían que pasar años hasta que, por esas cosas de la vida y también de forma accidental, un colega de Silver , Art Fry se encargara de responder el gran interrogante. Art Fry , uno de los ingenieros de la empresa y un hombre devoto de la Iglesia Presbiteriana del Norte, harto de señalar las canciones con papelitos en su libro de salmos y perder las señales a cada momento, recordó la vieja partida de pegamento malogrado. A partir de ese momento Spencer y Fry, empezarían a trabajar juntos en el desarrollo del nuevo producto, separadores adhesivos como un medio para tomar notas. Efectivamente como diría Fry, aquello que habían desarrollado no era sólo un separador; era una forma totalmente nueva de comunicarse.Con él confeccionó las primeras de estas notas de quita y pon. 

Fuentes: Serendipia-RoysonM.Roberts- Alianza Editorial /Casualidades, coincidencias y serendipias de la historia-Gregorio Doval-Ediciones Nowtilus/

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