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12 de enero de 2018

PROSTITUTAS Y MANCEBÍAS


Los burdeles han constituido históricamente un símbolo de tolerancia sobre la sexualidad, y es uno de los primeros símbolos de la civilización humana que ha logrado sobrevivir hasta nuestros días. En otras palabras, desde que las primeras formaciones sociales adquirieron cierto grado de complejidad se vio la necesidad de establecer burdeles como servicio público con la finalizar de organizar la sexualidad regulando su ejercicio. Así la prestación económica en dinero o especie compensaba a aquellos que alquilaban su cuerpo para aplacar erotismos ajenos, y llevaba implícita la necesidad de respeto entre las partes, que estaban obligadas a respetar lo convenido. Sin ese respeto por la actividad de la prostitución no puede entenderse la existencia de los burdeles, que se erigieron como garantes del acuerdo realizado entre los clientes y las prostitutas o prostitutos. 

A lo largo de la historia los burdeles han sido casi siempre bien vistos, considerados saludables y convenientes, no sólo para la población masculina; aunque a veces la autoridad religiosa o civil los acusara de antros del pecado y fuentes de disturbios. La prostitución era aceptada por sociedad y hasta por la Iglesia considerándola un mal menor, ya que si bien era denigrada, se consideraba que la prostituta tenía un papel necesario y los eclesiásticos consideraban que sin su existencia muchos hombres se dedicarían a seducir mujeres honradas, a la homosexualidad, incesto o adulterio.

Se trataba de mal necesario mediante el que controlar los impulsos más primarios de hombres ansiosos y evitar que ejercieran la violencia contra las «mujeres honradas» (como eran conocidas por entonces las damas que no vendían su cuerpo por dinero). Esta era la función principal que tenían los prostíbulos para aquella primitiva España previa a los Reyes Católicos. Una idea que ya había expuesto mucho antes San Agustín mediante una sencilla -y cruel- comparación: «Quita las cloacas en el palacio y lo llenarás de hedor; quita las prostitutas del mundo y lo llenarás de sodomía». Quizá por ello ciudades destacadas fundaron sus propias mancebías a partir del siglo XIII. Aunque también por la necesidad de apartar a las meretrices de las calles más concurridas y ubicarlas en zonas menos transitadas.


Las urbes que fundaron prostíbulos dentro de sus muros durante la Edad Media fueron muchas. Sin embargo, hubo una cuyo lupanar llegó a ser conocido en toda Europa durante los más de tres siglos que estuvo activo: Valencia . Y es que, además de contar con un tamaño considerable (agrupó -según algunas fuentes- hasta dos centenares de meretrices en sus mejores años) solía recibir los halagos de las decenas y decenas de clientes que atravesaban cada día su puerta. Este continua clientela convirtió a la mancebía (proyectada originariamente por el rey Jaime II en 1325) en una de las mayores atracciones de la ciudad. Así fue hasta que cerró sus puertas entre 1651 (cuando se ordenó a las mujeres abandonar el lugar) y 1671 (año en que la última meretriz salió del lupanar).


La prostitución se ejercía mayoritariamente libremente hasta que los poderes públicos, a la vista del negocio, pusieron los burdeles al servicio de las administraciones locales, que hacían buena bolsa a cuenta de las que ejercían la prostitución. En España los Reyes Católicos intervinieron legislando para la creación de las mancebías públicas. Fueron ellos quienes otorgaron el monopolio de la prostitución en el recién conquistado reino nazarí de Granada a Alonso Yáñez Fajardo Fajardo, trinchante de la mesa del rey, también conocido como el putero real


Las prostitutas

En tiempos de Felipe IV "El Pasmado" ( 1605-1665) , nieto de Felipe II se podían distinguir tres clases de prostitutas: las mancebas, que vivían maritalmente con un hombre; las cortesanas, asalariadas con disimulo y que tenían cierta categoría; y por último las cantoneras o busconas, que eran de todos y acechaban en las esquinas. A las prostitutas Quevedo las nombra en alguna de sus obras como niñas de toma y daca. Por lo general estas mujeres gustaban de habitar en las ciudades que tuvieran universidad o puerto, siendo estos sitios donde trabajaban más fácilmente y tenían más clientes.

Para poder ejercer la prostitución dentro de la mancebía las candidatas tenían que presentarse ante el juez del barrio y certificar que eran mayores de doce años, que habían perdido la virginidad y que eran huérfanas de padres desconocidos o abandonadas por sus familias. Una vez que el juez comprobaba estos requisitos, otorgaba un documento donde las autorizaba a ejercer su oficio, bajo control del padre de la mancebía.

Las prostitutas también veían regulada su forma de vestir, de forma que pudieran distinguirse de las mujeres "honradas" . En ese sentido las mujeres solían llevar como falda un lienzo de forma cuadrada al que le hacían un agujero en el centro por donde pasaba la cabeza y el torso quedando en la cadera , cosiendo alrededor de ese agujero cosían un pequeño forro o dobladillo, que era por donde metían un cordón, que al tirar de él les servía para ajustarse la falda a la cintura, y esa falda acababa teniendo cuatro esquinas o picos, que caían cintura abajo, y que eran del mismo color que el resto de la falda. Para evitar confusiones Carlos III (1716-1788) impuso a las prostitutas la obligación de distinguirse de las mujeres "honradas" mediante sayas con picos de color pardo. Y de ahí la conocida frase : Irse de picos pardos, que los hombres empezaron a usar la para decir que iban a los prostíbulos sin mencionarlo explícitamente. Más tarde, y asimilado en este país que las mujeres también salen a divertirse, irse de picos pardos se usa tanto en el género masculino como en el femenino, es decir de forma universal, para irse de juerga.

Las mancebías

Mancebía es el nombre que se le daba a los burdeles públicos desde el siglo XVI. Estos lugares eran tolerados, reglamentados y amparados por el gobierno. Tenían burdeles todas las ciudades, de las cuales destacaban Madrid, Valladolid, Burgos, Sevilla, Córdoba y Granada, además de las ciudades con universidad como Salamanca,  por ser sus estudiantes frecuentadores de estos centros. 

Los abusos que cometía el padre de la mancebía con las mujeres bajo su control generaba tensiones que el poder municipal de cada ciudad procuró suavizar reglamentando la existencia de las pupilas de la mancebía a través de ordenanzas que regulaban los alquileres que debían pagar por la habitación o la botica ( vivienda o aposento surtido del ajuar preciso para habitarlo) que ocupaban, los enseres que debían tener las boticas, la periodicidad del lavado de sábanas, el precio y calidad de los alimentos que les proporcionaba el padre de la mancebía, las tasas por el alquiler de la ropa que usaban para trabajar, así como los precios que debían abonar por la colada cuando daban su ropa a lavar; también para atajar el endeudamiento casi crónico que padecían, las autoridades concejiles tuvieron que poner límite a las cantidades en metálico que el padre de la mancebía les podía adelantar. 
Así por ejemplo La regulación de la Mancebía que se establece en el concejo de Carmona ( Sevilla) en 1501 cuando decide hacerse cargo de los burdeles públicos, adquiriendo varios mesones y sacándolos a subasta, establece:
1º. Las prostitutas debían residir y ejercer exclusivamente en la Mancebía. 
2º. Sólo podían acudir a ella los forasteros y los mozos solteros de la villa. 
3º. Estaba prohibido dentro del recinto establecer tabernas y jugar a juegos de azar.
4º. Las mujeres no deberían trabajar los domingos y fiestas de guardar después de que tocasen misa mayor en la iglesia de San Pedro. 
5º. El mesonero podía contratar a un hombre armado que vigilase la puerta. 
6º. Las mujeres debían recibir del mesonero la ropa de cama necesaria para su trabajo. 
7º. Cada mujer debía pagar al mesonero dieciséis maravedís diarios, en concepto de alojamiento y uso de platos y escudillas. 

Las primeras ordenanzas formales dedicadas a regular el funcionamiento de la putería son aprobadas  por el Concejo sevillano el 7 de mayo de 1553.

Un primer bloque temático de esas ordenanzas lo componen una serie de indicaciones referentes a los padres de la Mancebía. Éstos, encargados por los propietarios de las casas o boticas de velar por el buen desarrollo del negocio, eran también los responsables ante el Concejo del buen orden interior del burdel. Si bien eran los propietarios los que los nombraban, debían obtener una confirmación formal por parte del Ayuntamiento, jurando cada uno "que guardará y terná los capítulos que de suso serán contenidos y declarados, so las penas que en ellos se contienen". Esos capítulos determinaban, por ejemplo, la ropa de cama que los padres debían facilitar a cada mujer, pagándoles ésta un real diario por ello. A fin de evitar una explotación excesiva de las prostitutas por parte de los padres, éstos tenían terminantemente prohibido hacer cualquier tipo de préstamo que pudiese impedir a las mancebas abandonar en un momento dado su oficio; asimismo, debían comprobar, antes de aceptar a una nueva trabajadora, que no tenía sobre sí ninguna deuda en la Mancebía de procedencia. 

Un segundo bloque temático lo conforman las prescripciones sobre las propias rameras. Antes de incorporarse a la Mancebía, debían presentarse ante la comisión municipal; ésta comprobaría que reunía los requisitos necesarios: no ser natural de la propia Sevilla, ni tener en la ciudad familia alguna; no ser casada, ni negra, ni mulata. Una vez incorporadas a sus boticas, deberían observar una determinada conducta: no ejercer sus menesteres fuera de la Mancebía; descansar obligatoriamente, en pro de la salvación de sus almas, en determinadas fiestas religiosas; llevar, siempre que saliesen por las calles, "mantillas amarillas cortas sobre las sayas que trageren y no otra cobertera alguna". 

Este ordenamiento se completa con una serie de advertencias tendentes a evitar las pendencias y a asegurar el control exclusivo del burdel por parte del Concejo. Por ejemplo, prohibiendo taxativamente que se estableciese en el recinto ningún mesón ni taberna, o también el que las mujeres mantuviesen a rufianes, y mucho menos el que éstos fuesen (como, por otra parte, solía ser habitual, según reconocen las propias ordenanzas) alguaciles o empleados de la justicia.

La normativa sevillana debió hacerse desde pronto muy conocida entre otras ciudades castellanas, hasta el punto de que en 1570 Felipe II decidió hacerlas extensivas para todas las mancebías del reino, promulgando así la primera reglamentación nacional sobre la prostitución. Durante cincuenta años, éste sería el sistema de gestión y control por el que se guiaría la prostitución sevillana. 

El padre de la mancebía 

Así el padre de la mancebía , como norma general era el encargado de hacer que las ordenanzas municipales de cada ciudad sobre prostitución se cumplieran. Además tenía una serie de obligaciones para con sus pupilas, entre otras, debía proporcionarles comida, cobijo y leña en invierno, vigilar que las visitase un cirujano antes de empezar a ejercer, para cerciorarse de que estaban sanas o alquilarles para su trabajo una cama con dos colchones, sábanas y dos almohadas por tan solo 1 real al día. Otras obligaciones de su cargo eran velar porque las mujeres no trabajaran en el exterior en una serie de días festivos religiosos,especialmente en Cuaresma, periodo de 40 días de oración, penitencia, abstinencia y ayuno, en el que se propone al hombre arrepentirse de sus pecados, siendo el Padre de la Mancebía el encargado de retirarlas de la circulación, teniendo que vivir mientras tanto de la mendicidad para poder subsistir, de ahí los dichos populares  Pides más que las putas en Cuaresma o Pasas más hambre que una puta en Cuaresma.

Las autoridades cuidaban de los burdeles, de su limpieza, de que no hubiese escándalos ni se ofendiese a sus trabajadoras. Los alguaciles vigilaban día y noche aquellas casas y sus entornos, así lo ordenaba la ley. Y los clientes debían acceder a estos centros sin arma alguna.
Felipe II
El Lunes de aguas

Ya en 1570 el mojigato Felipe II " El Prudente" ( 1527 - 1598 )  promulga sobre las mancebías unas detalladas y minuciosas pragmáticas, ordenando que las prostitutas llevaran tocas amarillas para diferenciarlas de las mujeres decentes, y también quiso prohibir, sin éxito alguno, la prostitución durante casi la mitad del año, habiendo de conformarse con hacerlo en Cuaresma. 

Cuando Felipe II llega a Salamanca  para casarse con María de Portugal en 1543 , y ante la gran cantidad de meretrices que desempeñan su labor fuera de la Casa de Mancebía, dicta unas normas de rectitud en las que ordena que toda “mujer pública”, fuera conducida extramuros de la ciudad, a la orilla izquierda del río, donde se encontraba la mancebía , durante los días de Cuaresma, devolviéndolas a la ciudad pasada esta. 

En estas fechas, las prostitutas abandonaban la ciudad, cruzando el río Tormes , y permanecían fuera de la misma hasta el  Lunes de aguas . Durante su exilio las prostitutas estaban bajo la custodia de un clérigo, conocido como Padre Putas según la tradición y que si bien su papel más importante estaba en estas semanas, también asistía a las prostitutas el resto del año. La fiesta del Lunes de aguas tiene su origen en la algarabía y alegría con la que los estudiantes iban hasta el río a recibir a las prostitutas cuando estas volvían en barca a la ciudad pasada la Semana de Pasión. Actualmente el día se sigue celebrando, aunque ya no haya viaje de las prostitutas al otro lado del río. 


Felipe III-Felipe IV

Felipe III "El Piadoso" (1578-1621), era como su padre Felipe II, piadoso, cristiano, sincero y gran rezador, pero el parecido con su padre se detenía ahí porque era perezoso sin ningún interés por los asuntos de estado y solo se ocuba en fiestas y buena vida. El médico psiquiatra Francisco Alonso-Fernández lo describe en su libro «Historia personal de los Austrias españoles» como una persona «de dotación intelectual escasa o mediocre, casi en el umbral de la deficiencia mental. Si no fuera por su fervorosa entrega al divertimento, la imagen de Felipe III podría ser equiparada a la de los monjes medievales atacados por una especie de pereza melancólica, la acedía. Quizás por eso este incapaz gobernante, es de feliz recuerdo para las putas, ya que durante su reinado había en Madrid cerca de 800 burdeles abiertos día y noche, gran parte de los cuales eran casas de mancebía controladas por la ley y la sanidad pública.
Felipe IV

Nadie más cortesano ni pulido
que nuestro Rey Felipe, que Dios guarde,
siempre de negro hasta los pies vestido.

Es pálida su tez como la tarde,
cansado el oro de su pelo undoso,
y de sus ojos, el azul, cobarde. 

Sobre su augusto pecho generoso,
ni joyeles perturban ni cadenas 
el negro terciopelo silencioso. 

Y, en vez de cetro real, sostiene apenas
con desmayo galán un guante de ante 
la blanca mano de azuladas venas.

Antonio Machado

Pero desgraciadamente para las prostitutas, su hijo Felipe IV no siguió los pasos de su padre. Y es que Felipe IV "El Pasmado" ( 1605-1665) , un Hércules para el placer y un impotente para el gobierno, que ha pasado a la Historia como el rey más putero de España y que en cuestión de amantes no hacía distinción entre mujeres casadas, viudas, solteras, doncellas, damas de la alta nobleza, monjas , prostitutas y cómicas, con el apoyo de la Inquisición, ordenó en una Real Pragmática con fecha 10 de febrero de 1623, el cierre de todas las mancebías declarándolas casas de abominaciones, escándalos e inquietudes, y como delito doctrinal la justificación del fornicio con prostitutas.
"Ordenamos y mandamos que, en adelante, en ninguna ciudad, ni villa, ni aldea de nuestros reinos, se pueda tolerar, y que, en efecto, no se tolere, lugar alguno de desorden, ninguna casa pública donde las mujeres trafiquen con sus cuerpos. Nos, prohibimos e interdecimos estas casas y ordenamos la supresión de las que existen. Encargamos asimismo a nuestros consejeros vigilen con particular cuidado la ejecución de este decreto, como una cosa de grande importancia, y a las justicias el ejecutarlo cada uno en su jurisdicción, bajo pena, para los jueces que toleren estas casas o las autoricen en cualquier lugar que sea, de ser condenados por este hecho a la privación de su empleo y a una multa de 50.000 maravedís, aplicables: un tercio a nuestra cámara, uno al juez y otro al denunciador; y queremos que el contenido de esta ley se ponga por capítulo de residencia." 
Uno de los personajes que más se opusieron a tal medida fue el misionero franciscano fray Pedro Zarza, que elevó al rey un dictamen defendiendo la utilidad de estos locales "para la buena moral, la salud pública y el bienestar del reino". Afirmaba el religioso que veía "mayores males en su prohibición que los que producían las casas de mancebía". El franciscano fue reprendido por el Santo Oficio y desterrado de la Corte. Pero las putas siguieron moviéndose por Madrid como Pedro por su casa. La ausencia de casas públicas multiplicó aceleradamente las clandestinas , que tomaron las calles, quedando a expensas de los proxenetas y absolutamente desamparadas. Poco antes de morir, Felipe IV reconoció que sus decretos no habían servido para nada y que cada día crecía el número de mujeres perdidas. 

Fuentes : La Historia de los burdeles en España: De Lupanares, puteríos reales y otras mancebías-Fernando Bruquetas de Castro-Editorial La Esfera de los Libros /La vida golfa- Historias de las casas de lenocinio, holganza y malvivir - Javier Rioyo-Editorial Punto de Lectura. / El desenfreno erótico-José Deleito Piñuela- Alianza Editorial

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