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7 de febrero de 2018

LOS BEBEDORES DE SANGRE ( Parte 1 de 3 )


En la frontera de los siglos XIX y XX, y a pesar de que la sangre era una bebida poco agradable, gran número de personas la bebían para combatir algunas dolencias, entre ella la anemia y la clorosis. La bebida de sangre, como la del agua caliente, repugnaba al principio, pero pronto se acostumbraban a ella, hasta el punto de beberla al fin con aprecio, como sucede con la cerveza, el ajenjo y otros líquidos similares. Esta costumbre se extendió por varios países como remedio a la anemia y la tuberculosis, y en otras ocasiones simplemente como alimento de los muy pobres para no morir de hambre.


El cuadro Los bebedores de sangre de Joseph-Ferdinand Gueldry, de 1898, ilustra acerca de la costumbre de beber sangre de animales como fuente de vitalidad. En él se contempla retratado a un grupo de personas, seguramente se trata de tísicos, en el interior de un hediondo matadero.

En primer término, sus encargados, como extraños camareros, ofrecen una copa de sangre fresca a una mujer que se agacha para cogerla. En segundo término, un caballero ofrece otra copa a una asustada señorita. En el suelo, yace un buey. El espacio del cuadro muestra toda una horrorosa normalidad de esta situación. El agua y el vino se convierten en sangre. El mundo apesta a muerte sagrada. El tema de la pintura respondía, al parecer, a una teoría médica de la época, cuya tesis era que la anemia, especialmente la anemia femenina, una auténtica plaga en la clase media de la época, se podía curar bebiendo la sangre fresca de los animales.Los mataderos se convirtieron en todas partes en lugares de obligada visita de gente enferma o simplemente aficionada a la sangre de buey. 

A pesar de que la sangre era una bebida poco agradable, varias damas francesas la habían adoptado para combatir algunas dolencias, entre ellas, la anemia y la clorosis. “En el grandioso matadero de la Villette, lo mismo que si se tratase de tomar las aguas de Vichy o las de Cestona, pueden verse, por la mañana, a gran número de personas bebiendo grandes vasos de sangre de buey al precio de treinta céntimos cada uno”. 

La condesa de Pardo Bazán comentaba en una de sus colaboraciones en Ilustración artística del 31 de agosto de 1908 : 
En París, hay diariamente procesión de enfermos de consunción y languidez a recoger en el Matadero de la Villa el torrente que se escapa de las venas de las reses sacrificadas para el consumo. A grandes tragos, por vasos de a cuartillo, beben rápida y ávidamente el rojo líquido, con el ansia del que absorbe la vida. 
A principios del siglo XX, numerosos médicos europeos recomendaban a sus pacientes beber sangre fresca, procedente de reses recién muertas, como remedio curativo de enfermedades como la tisis y la anemia. Un método científico, pero también con una vertiente supersticiosa, que llevó a familias enteras de la época a esperar durante horas delante de la puerta de los mataderos para realizar esta especie de ritual.


El ir a beber sangre a los mataderos con su sabor a cálido óxido y su textura, no muy líquida, tampoco muy espesa, se había extendido por varios países: en “Brighton (Massachussets) se ven todas las mañanas multitud de enfermos que aguardan su turno en el matadero para beber una taza de sangre caliente”; “el hambre en Lisboa hace extraordinarios progresos entre las familias proletarias. Muchas de estas acuden a los mataderos para beber la sangre de las reses sacrificadas y no morir de inanición”. También hay muchas chicas anémicas en Venecia. Van al matadero a beber sangre de buey aún caliente. Pasan por la mañana, siempre muy coquetas. Llevan un vaso en el bolso o una copa de plata marcada con sus iniciales. Es de buen tono ofrecer una copa de este estilo a la hija de la casa, si está pálida. Esperan junto al buey mientras lo degüellan, pero sin hacer cola, que es lo que en seguida ocurriría en Inglaterra. Uno de los matarifes perfora la arteria y la fuente empieza a manar, a veces en un chorro muy impetuoso.Hay que ser muy hábil para llenar el vaso sin mancharse. Las novicias que no lo saben van acompañadas de sus madres. Hay que beber en seguida, de un trago, y luego ponerse un grano de sal en la lengua.

A principios de siglo llevaban a los chiquillos de Madrid al destazadero de la plaza de Las Ventas, donde les hacían beber sangre fresca de toro como antídoto contra la tuberculosis. y en 1901 concretamente, “a la puerta del Matadero –de Madrid– acuden muchas mujeres anémicas a beber sangre de vaca, remedio eficacísimo, según dicen, para combatir aquella enfermedad”.

La prensa de Madrid, por la atrayente morbosidad del hecho, se hacía eco a veces de estos enfermos que las falsas teorías médicas de la época convertían en hematófagos (…). En el año 1912, en un amplio reportaje periodístico sobre las visiones de la sangre en el matadero de Madrid, se le dedicaba un pequeño apartado a los tísicos que acudían a sus naves para beber sangre de las reses sacrificadas. Un matarife les abría a las vacas un boquete con su cuchillo frente al corazón, y en unas latas cuadradas se iba recogiendo la sangre, que brotaba como de una fuente; la sangre, cálida, al caer con ímpetu en la lata, burbujeaba. 
El autor del texto publicado en el Heraldo de Madrid relataba así su experiencia con varios tísicos pobres , en su mayoría mujeres, que beben sangre caliente : 
Una vez vi aplicar a la herida un vaso, que se llenó de sangre. Seguí la dirección del vaso sangriento, y vi en el pasillo, entre los burladeros, a una mujer joven, bella; en su cara, pálida y demacrada, se veían los estragos de la tuberculosis; la infeliz tísica bebió el vaso de sangre caliente con avidez, con fe, como he visto en la gruta de Lourdes beber el agua cristalina de las orillas del Gave. 
Por su parte en El Sol de 7 de septiembre se 1930 se escribe:
Como apeteciendo un recurso mágico, por el que ruge el leonismo desesperado del que se siente morir, los hijos o mujeres de los enfermos que se consumen van al matadero a llenar sus jarras de sangre caliente(…)
El matadero adquiere, gracias a esta acuciosidad supersticiosa de algunas gentes, facha ingente de templo a las divinidades, alas que se ofrecían víctimas degolladas (…)
A veces es un niño el que va por el puchero de sangre en estado de lava ardiente, y lleva a su papá la bebida que anhela con fe. Hace contraste este niño con el que vuelve de la taberna con el frasco de vino que va minando a su padre.

El 26 de agosto de 1933, la revista gráfica Estampa,publica un amplio reportaje de cuatro páginas con varias fotos titulado “En Madrid hay bebedoras de sangre”, donde se describían, en la nave del matadero, a unos espectadores siguiendo atentamente los sacrificios. Cuando el cuchillo se hundía en el pecho e los toros moribundos y brotaban chorros de sangre humeante, la nueva fauna de “vampiros” entraban en acción: 
Los bebedores aproximan el vaso a sus labios y sin reparo, dominados sin duda por la fuerza de la sugestión, ingieren el contenido. Alguno tiene que hacer un gran esfuerzo para apurara el vaso; el estómago parece oponerse pero, al fin, sonríe satisfecho, como si con ellos hubiera adquirido un poco de la salud que le falta. 
También se hallan presentes otras personas que no participan del festín. Son lo que representan a los que no se atreven a ir. Los comentarios que pueden suscitar entre las gentes les impiden hacerlo. Pero allí están unos chiquillos que, provistos de pucheros o cafeteras, llevarán la sangre aún caliente a otros bebedores. 
La mayoría de estos bebedores cree que solamente es eficaz para ellos la sangre del toro negro. Ignoran la razón de la influencia del color de la piel; pero ellos lo creen de una importancia extraordinaria. El número de mujeres, según las estadísticas del matadero, era infinitamente superior al de los hombres.
Continuará ...

Fuentes: Vampirismo Ibérico-Salvador García Jiménez – Editorial Melusina /Las capeas- Eugenio Noel - Imprenta Helénica, Madrid 1915

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