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14 de abril de 2018

MARÍA LA PORTUGUESA ( Parte 1 de 2 )


El 5 de enero de 1985, un extraño suceso conmocionó al país e hizo que se volcaran ríos de tinta en la prensa nacional. Juan Flores , un pescador de Ayamonte de 35 años, casado y con dos hijas, estaba cargando langostinos de contrabando de Vila Real de Santo Antonio en la ribera portuguesa del Guadiana, para venderlas de forma clandestina en la costa de Huelva. Es víspera de Reyes y Juan realiza el encargo para, con lo que cobre, comprarle una muñeca Nancy a las pequeñas. En el momento de zarpar aparece una patrulla de la guardia costera portuguesa, los conocidos como “guardinhas”. El cabo António Nunes , recién llegado de la Guerra de Angola, se acerca al contrabandista y, sin darle el alto, le descerraja dos tiros a bocajarro.. La autopsia revelaría que Flores había recibido dos impactos a menos de dos metros de distancia.Uno le atraviesa el abdomen. El otro le perfora el corazón y lo mata en el acto. 

Lo que era un gravísimo incidente fronterizo entre la Guardia Portuguesa y pescadores españoles que sobrevivían gracias al contrabando en un momento de malas relaciones entre España y Portugal en asuntos pesquero, habría quedado enterrado en el olvido si al cantautor Carlos Cano no le hubiera llamado la atención el hecho de que una mujer misteriosa, a quien nadie conocía, no se despegó ni un momento del cadáver en todo el velatorio y el funeral de Juan Flores. Aquella historia fue el origen de María la Portuguesa, una de las canciones más versionadas de toda la copla española. 

El asesinato se comete en tierras lusas, por lo que el cuerpo es trasladado a una morgue de Portugal. Allí, el contrabandista no tiene a nadie que vele el féretro. La familia reside en Ayamonte y no puede ir a reconocer el cadáver hasta que zarpe el primer transbordador hacia Portugal a la mañana siguiente. Y en lo que debería haber sido un velatorio desierto, una misteriosa mujer, vestida de negro, permanece durante toda la noche al lado del féretro. 

El crimen salta a los medios de comunicación y provoca una revuelta ciudadana en Ayamonte. Miles de vecinos salen a la calle protestar por el asesinato a sangre fría de su paisano. Todos los coches con matrícula portuguesa estacionados en la ribera española son apedreados o lanzados al río Guadiana por ayamontinos furiosos. El suceso se convierte casi en un asunto de estado y provoca conflictos diplomáticos.



Para intentar enfriar los ánimos, el cadáver no es trasladado a Huelva hasta el día 9 de enero , paradójicamente, la fecha de cumpleaños del difunto. Durante esos 4 días, la misteriosa mujer de negro permanece firme velando el cadáver, sin relacionarse con nadie y esquivando todas las preguntas que le formulan. Sólo comenta que se llama “María”. 

La mañana del 9 de enero se autoriza la repatriación del cadáver, que es trasladado en el transbordador. La misteriosa mujer de negro ruega que le dejen subir. Los allegados del finado se niegan. El barco zarpa hacia España con el féretro. Aunque la mujer se queda en tierra, cuando el barco atraca en Ayamonte, ella ya está allí. Ha logrado cruzar el río antes que el transbordador y nadie sabe cómo. 

Los periódicos de la época publican fotos del multitudinario funeral. Los vecinos pasean el ataúd de Juan Flores por las calles de Ayamonte. Y en primera línea del cortejo fúnebre, vestida de luto riguroso y con una corona de flores, se encuentra la misteriosa mujer, tal y como recogen las instantáneas que publican los medios locales.

Aurora acompañando el féretro de Juan Flores 

Pronto empezaron a circular infinidad de rumores sobre la identidad de María, la misteriosa mujer de negro ¿Era un amante del asesinado? ¿Era una socia del negocio del contrabando? ¿Era, sin más, una persona de buen corazón que se apiadó de la soledad del finado? ¿Mató el "guardinha" a Juan Flores en un ataque de celos por María? 

En realidad la mujer de negro ni se llamaba María, ni era portuguesa. Su nombre eraAurora Murta Gonzaga y nació en Ayamonte (Huelva) el 23 de agosto de 1923. Curiosamente, el nombre con el que fue bautizada al nacer sí que fue María, María de los Ángeles. Su madre falleció durante su parto y de su padre nada se sabe. Fue criada por una pareja de vecinos, española ella y portugués él. 

En septiembre de 1936, este vecino portugués que ejercía de padre iba a buscar a su esposa con una rosa en la solapa. Fue confundido con un militante socialista, apresado y enviado al paredón. Cuando estaba a punto de ser fusilado, los militares reconocieron su error -“Éste es un portugués que pasaba por aquí y no se ha enterado de nada”- y fue liberado. Pero haber visto la muerte tan de cerca le llevó a tomar la decisión de escapar de la guerra y volver a Portugal. Se llevó a su mujer y a su hija adoptiva. Allí, para no tener que dar explicaciones sobre la verdadera identidad de la adolescente María de los Ángeles, la inscribieron con un nuevo nombre y los apellidos del matrimonio. La hicieron pasar por su hija biológica. Así nació, con 13 años, Aurora Murta Gonzaga. O al menos su nueva identidad. 

Aurora se mudó con su familia adoptiva a Vila Real de Santo Antonio. Allí, la que pasaría a la posteridad como “María la portuguesa” era conocida como Aurora “La Española” o “La Salerosa”, o “La Malhablada” por su tendencia a utilizar tacos en su vocabulario. Enseguida se hizo popular entre sus vecinos por varios rasgos inconfundibles de su carácter: su fuerte personalidad (agresiva y violenta en ocasiones), su sentido del humor, su carisma desbordante, su humanidad y su apasionamiento por los hombres. 

Se casó con 17 años con Lino Santos, un portugués que trabajaba en los astilleros del puerto y del que se enamoró perdidamente. Con Lino tuvo un hijo, pero rompieron la relación porque ella decidió que no era “mujer de un solo hombre”. Tenía 35 años, abandonó a su marido y empezó a ejercer la prostitución para salir adelante. Su hijo, avergonzado del trabajo de su madre, decidió irse voluntario a luchar a la Guerra de Angola. Jamás regresó. 

A Aurora le encantaban los bares y las fiestas. La noche era su hábitat natural. Y no tardó en darse cuenta de que su porte, su físico privilegiado y su gracejo natural le permitían relacionarse con la alta sociedad portuguesa. Era una mujer de cuerpo escultural, pelo claro, ojos enormes y siempre vestida de forma elegante. Fue así como empezó su carrera de lo que hoy se conoce como “escort” (prostituta de alto standing). Entre sus conquistas se contaban jueces, capitanes de barco, políticos o toreros. Cuando subió su nivel adquisitivo, abandonó la degradada casita que ocupaba en Lazareto (el barrio más pobre de Vila Real) y se mudó a una casa más amplia y lujosa en el cercano pueblo de Hortas. Proclamaba sin pudor que era una puta fina con clientes pudientes e importantes.

Ricardo Chibanga

Entre sus clientes más famosos estaba Ricardo Chibanga, el primer torero negro de la historia. Nacido en Mozambique, Chibanga la invitaba a ir a la plaza siempre que toreaba en VilaReal y le brindaba los toros. Una tarde de corrida cuando Chibanga sufrió una cogida. Aurora salió corriendo de las gradas y, esquivando a la seguridad, se coló como una loca en la enfermería gritando '¡Que me matan a mi negro!'. Finalmente, Chibanga sobrevivió. 

Que Aurora ejerciese la prostitución en su casa enojó sobremanera a los vecinos, y en una ocasión la intentaron echar de su casa. Un nutrido grupo de vecinos y vecinas se presentaron en su casa amenazándola con desahuciarla “por ser una puta”. Ella, lejos de arredrarse, salió a la calle, se encaró con una mujer y, chillando en español, le espetó: “¿A mí me vas a llamar puta, cuando tú engañas a tu marido y encima no cobras?”. Luego se giró hacia otra vecina y le gritó: “Y tu marido querrá echarme, pero se acostó conmigo anoche”. Tras ese episodio, los vecinos no volvieron a amenazarla y la dejaron vivir, y ejercer, tranquila. 

Aurora siempre se declaró una apasionada de los hombres, pero jamás dejó que la sometiesen. Fue, según sus vecinos, “una adelantada a su tiempo. Ella siempre mandó sobre los hombres que pasaron por su vida. Un alma libre. Nunca le importó el “qué dirán”. Al contrario, le gustaba provocar. Hacía bandera de ser una prostituta en una época en la que la sociedad era profundamente machista y conservadora. Era una revolucionaria. Mientras la inmensa mayoría de las mujeres no podían salir a la calle sin estar acompañada de sus maridos, Aurora cambiaba de pareja más que de camisa,rememora Liset, una vecina de Vila Real que ahora tiene 90 años. 

Pero no sólo ejercía la prostitución por dinero. El principal rasgo diferencial de su personalidad, además de su fuerte carácter, era su gran corazón. Por eso era capaz de encamarse con el patrón de un barco para conseguir que le diese trabajo a su vecino, que el pobrecito tiene 4 hijos, está en el paro y necesita echarse a la mar, anécdota repitió con orgullo hasta el final de sus días. 

Aurora tenía bien diferenciado el papel de los hombres en su vida: por un lado estaban sus clientes, que le permitían vivir de forma holgada. Por otro lado estaban sus amantes: Se encaprichaba enseguida de un hombre y lo amaba con todas sus fuerzas. Sufría, lloraba de amor, se peleaba, agredía… y tan pronto como le venía el enamoramiento, se le pasaba y echaba al amante de turno de su casa para colgarse de otra persona. 

Aurora 

Su físico le dio para prostituirse hasta los 60 años. Ahí empezó el declive físico. Se quedó sin clientes y decidió dedicarse al contrabando. Compraba en Portugal y revendía más caro en España. “Ella pasaba de todo por la frontera: tabaco, azúcar, marisco… y los guardias fronterizos hacían la vista gorda porque era muy conocida y la quería todo el mundo”, confiesa otra vecina que vivió aquella época. 

El contrabando no daba tanto dinero como la prostitución y los hombres la abandonaron. Su nieto se había marchado a trabajar a otra ciudad y se quedó sola. Fue ahí cuando adquirió Síndrome de Diógenes. Llenó su casa de perros, gatos y basura. Pasaba el día revolviendo en los contenedores y que las asistentas sociales intentaban vaciar por las tardes. Su rutina diaria consistía en ir pidiendo por los bares 100 escudos (unas 80 pesetas) para tomarse un café. 

Fuentes: https://www.elespanol.com / ABC 9/01/1985/

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