Una navaja es
un cuchillo cuya
hoja pivota sobre un eje que la une al mango o
cabo, para que el filo quede guardado entre dos cachas o una
hendidura hecha para tal propósito, que en España empezó a
popularizarse en el siglo XVI cuando se prohibió portar espada
para todo aquel que no fuera miembro de la nobleza o hidalgo,
optándose como alternativa por la navaja , un arma pequeña, pero
con buen filo y punta aguda , cuyo tamaño se duplicaba al abrirse,
con la ventaja de que pesaba menos, más portátil , mucho más
barata y fácil de ocultar bajo la ropa o en la habitual faja al uso
en la época.
Sin
embargo, pronto empezaron a surgir leyes que restringían su uso. Ya
en 1721 bajo el reinado de Felipe V se prohibieron tanto el uso como
la fabricación de puñales, cuchillos y otras armas blancas ,
pudiendo ser enviado a galeras o a las minas sólo por el hecho de
portarlas. Posteriormente Carlos III prohibió las
denominadas navajas de muelles y virola, a
fin de hacerlas menos efectivas a la hora de apuñalar, prohibición
que no impidió que matasietes, bandoleros, barateros, chulos,
guapos, manolos, estraperlistas, chisperos, gitanos, tahúres y demás
gente de baja estofa, siguieran haciendo uso de sus armas
de toda la vida . Incluso Fernando VI dictó que se podía hacer uso
de armas de fuego, tanto cortas como largas, y de espadas, pero la
navaja quedaba proscrita. Más adelante llegó al extremo de prohibir
tanto su uso y tenencia como su venta y almacenamiento bajo pena de 6
años de presidio para los de estamento noble y 6 en las minas para
los plebeyos, aunque a pesar de todo ello la
industria navajera no desapareció y las clases populares siguieron
usando la navaja, como arma y útil indispensable en la vida doméstica y laboral.
La navaja es una de las cosas de España: entre las gentes del pueblo hay muy pocos que no lleven este cuchillo largo y afilado, ya en el bolsillo,ya en el cinturón y también atado por medio de una cuerda a los ojales de la chaqueta. ( Viaje por España-Barón Charles Davillier
En la faja se guarda la navaja, que forma parte integrante del español ( Richard Ford ( 1796-1858)
Yo vi, en mi patria, cúmulo de males,
faltar aire, luz, lechos, sepulturas,
pan, paz, tierra, rocío y vegetales.
Sobrar pestes, contagios, desventuras,
hambres, guerras, sequías y riadas,
por todas sus vastísimas llanuras.. .
Mas jamás ocurrió ver agotadas,
ni escasas de encontrar, ni encarecidas,
ni en su lustre y virtud adulteradas.
Ni con menos primores guarnecidas
¡las navajas! ¡Por fin, piadoso cielo,
que en esto de tu pueblo no te olvidas!
Vénse en humildes puestos por el suelo,
en cestones, en cajas y arquillas,
y en las tiendas colgadas por señuelo.
Véndense en los tinglados y casillas,
véndeme en los mercados, y en las ferias
de las innobles y las nobles villas.
Tómanse, al caso, providencias serias,
porque el amplio surtido no escasee,
remedio a nuestras cuitas y miserias.
Habrá quien, a las veces, titubee
sobre encontrar del pan ó el vino el puesto,
no donde, en ellas, su dinero, emplee.
Libres son de alcabalas y de impuesto
y jamás sucedió que, á las navajas
afectara, el más alto presupuesto.
Horras y francas son estas alhajas,
según nuestros constantes aranceles,
que a cosas guardan su rigor, mas bajas ...
La Navaja, Madrid, 1856, Establecimiento Tipográfico de D. A. Vicente.
Llevar una navaja en la liga como arma no era habitual en las mujers y solo lo hacían algunas de clases populares en determinadas épocas y situaciones, que por tratarse de algo insólito, por su tipismo y color local, llamó la atención de algunos escritores españoles y extranjeros que se encargaron de narrar sus acciones , y que los soldados de Napoleón, tras su estancia en España durante la Guerra de la Independencia propagaron por Europa tras enfrentarse en más de una ocasión, con civiles, habitualmente armados con armas blancas, entre las que encontraban mujeres , extrapolándolo y generalizándolo a todas las mujeres españolas.
El baratero
Tipos sumamente particulares tiene España que puede decirse no se encuentran semejantes ni aun parecidos en otras naciones, pero ninguno tan marcado como el baratero, o sea el matón que saca un impuesto forzoso en los círculos de los tahúres que se llaman garitos. Este personaje truhanesco, nacido regularmente de la hez del pueblo y criado en las cárceles y presidios, tiene con frecuencia fin trágico, acarreado por sus hazañas, ya sea en medio de una playa o de un ejido, a manos de otro más valiente o más afortunado que él que le arrebaña (rebana) el mondongo (intestinos) ante un público formado de charranes, soldados, ladrones y gachés (hombre joven) , ya en el centro de una plazuela o descampado, encima de un tablado de alguna elevación y a manos del ejecutor de la Justicia, el cual después del «¿me perdonas?» consabido, le aprieta y descompone la cañería del pan ( gaznate o tráquea) con el mayor desenfado del mundo, aplicándole al cuello un corbatín de Vizcaya ( garrote vil, instrumento con que se aplicó en España la pena de muerte desde 1820 hasta 1974).
Tres son pues, las clases de barateros conocidos: el baratero de tropa, el de la cárcel y el de la playa; y vamos a hablar de ellos separadamente.
El baratero de tropa
El baratero de tropa, educado en los cuarteles y cantinas, donde hizo su trabajoso aprendizaje, es conocido en el acto por su aire ternejal y de perdonavidas, su apostura maja, siempre con un pitoche (pitillo, cigarrillo) o cigarro en la boca y otro sostenido en la oreja, pelo más largo que todos los soldados de su compañía, la gorra de cuartel ladeada, la casaca sin abotonar por el pecho y el cuello de ella doblado hacia afuera, una mano en el bolsillo del pantalón y la otra colocada sobre la cadera y enseñando en el dedo meñique un anillo de latón; escupe por el colmillo y habla andaluz y caló (Variedad del romaní que hablan los gitanos de España, Francia y Portugal.) ; es muy moreno, casi siempre feo, y si es bizco, mejor; lleva el bigote unas veces corto y otras retorcido a lo borgoñón; habla guiñando el ojo y meneando una pierna. Es el temerón (baladrón, fanfarrón) de la compañía y el sargento primero le releva de la mecánica del cuartel porque en ocasiones necesita dinero y el baratero le franquea su bolsillo, que está repleto merced a las trampas y puñaladas en que es tan entendido y le han alcanzado alto renombre y gran poer ( poder, autoridad) entre sus camaraas (camaradas, amigos). El baratero de la compañía es el más holgazán de ella, sabe mal el ejercicio y desprecia completamente la ordenanza, pero en cambio maneja como ninguno la herramienta (navaja), juega a las chapas y a la brisca, al cané ( Juego de naipes y de envite, parecido al monte.) , a la treinta y una; bebe y triunfa, tiene mosa (moza, amante), que es la cantinera del cuartel, y se hace obedecer de todos. En tiempo de campaña se bate como el primero, porque es valiente, y no queda el último para el pillaje porque es largo de uñas.
En los pueblos donde para, busca los garitos y en ellos hace sus ensayos entre la gente más perdida, con quien se relaciona amistosamente, la cual suele pagar su cariño y simpatías con una paliza o un par de puñaladas, que alcanza por alguna fullería (trampa, engaño)) no muy limpia.
Este baratero es enemigo nato de los paisanos, a quienes llama “patrones”; por un quítame allá esas pajas mete mano al primero que topa y que él cree le ha diquelado ( mirado) con malos clisos (ojos), y arma un zipizape de todos los diablos. El coronel se entera del escándalo y le mete en un calabozo, del que sale a los dos días más terne (que se jacta de valiente) y echao pa alante ( atrevido) y en disposición de armarla con cualsiquiera (cualquiera). Pega una paliza diaria a su querida y la abandona por la del cabo furriel, que se viene con él y a quien le corta la fila (cara) a la primera infidelidad que le hace.
Cuando el regimiento pernocta en alguna población es visitado el baratero de cada compañía por los barateros que hay allí, que muchas veces son desertores de presidio que se hallan ocultos sin olfatearlo la Justicia; se llaman camaraas o compares (compañeros, amigos) y van a beber juntos unas copas o cañitas ( caña, vaso cilíndrico, de entre 4 y 5 cm de diámetro y unos 10 de alto, usado para beber vino o licores), que se tiran a la cara a la más pequeña contradicción o gesto desabrido; se salen a la calle y, empuñando los alfileres (navajas), se tiran dos o tres mojadas (puñaladas, navajazos) que sirven para que la amistad eche entre ellos hondas raíces; se presentan mutuamente en los garitos en que mandan o comen (cobran el barato, impuesto forzoso en los círculos de los tahúres ) , pero con la expresa condición de no inquietar a naide (nadie) ni querer cobrar los chavos (dineros ) donde los cobra su camará.
El baratero de cárcel
El baratero de cárcel es el género más temido de todos. De muchacho ha sido matachín (matarife) , en cuyo oficio aprendió todos los modos de “destripar”; las horas que tenía libres, que eran las más, se entretenía en saquear los bolsillos del prójimo elegante o de cualquiera que le deparaba la suerte indistintamente; conocía a la primera ojeada al patán o paleto; engañábale bajo cualquier pretexto y le espantaba los parnés (hurtaba, robaba dineros) sin que lo advirtiera, los cuales iba a jugar al cané con otros muchachos a quienes ganaba lo que tenían a fuerza de trampas y de amenazas obscenas. Si a pesar de todo era él el perdidoso ( perdedor) , allí de su genio y sus manos, tiraba del pincho (navaja) y lograba que a la fuerza le entregaran sus caudales, lo cual le iba dando nombradía entre los pilletes y gatería ( Conjunto de delincuentes ) de la ciudad. Así fue aumentando en años y picardías dejando el pabellón bien puesto en las tabernas, cárceles y garitos, donde su fama era colosal. Por último, sentada ya su reputación y haciéndose temer de todos los ternejales del matadero, lo llevaron por vigésima vez al estaribel (cárcel) sus fechorías y mala lengua. Puesto en él, no se contentó con una posición brillante entre los presos, sino que aspiró a más y lo alcanzó: Estaban jugando en el patio a las chapas como una veintena de ellos y mi hombre llega al corro, tose de una manera particular y, con voz ronca y sosegada, pregunta, mirando de reojo a una enorme navaja que estaba hincada en el suelo:
—¿De quién es esa friolera (Cosa de poca importancia)?
—Mía —repuso el dueño de ella con un gesto que daba horror—, y naide come aquí sino yo.
—Pues, camará, me jace (hace) mal al estómago y la quieo gomitar (quiero vomitar)—y dándola con el pie la hizo rodar un buen trecho por el suelo.
¡Allí fue Troya, ánimas benditas! El que cobraba los chavos (dineros) defendió valientemente su derecho adquirido, pero no tanto que mi Chato (algún nombre le habremos de dar), entrándole la herramienta (navaja) por el vientre, no le echara el cuajar (estómago) al aire con grande admiración de tan honrados circunstantes. Desde entonces es el baratero de la cárcel y nadie le tose, cumpliendo con su deber sin que mala mui (lengua) le quite la honra.
¿Queréis, lectores curiosos, conocer al buen Chato entre aquella multitud que rebulle en el patio? Mirad, allí a la derecha, entre aquel corro de pelgares… ya disteis con él. Su estatura es más bien pequeña que alta, ancho de espaldas, la fisonomía repugnante y estúpida, muy moreno, grandes patillas y largos tufos sobre la frente que lleva recogidos hacia un lado y algo caídos sobre la ceja izquierda. Su traje está en completa proporción con su figura; ancho pantalón de pana verde sostenido en la cintura por una disforme faja de estambre, que es a la vez su pequeño maletín en donde guarda los dineros, la tea (navaja) y la baraja; calza alpargatas o borceguíes de becerro bastante grotescos; está comúnmente en mangas de camisa y lleva atado alrededor de la cabeza un pañuelo de yerbas que le da un aspecto siniestro y horripilante. Escusado es decir que su querida, que es lumia, está en la galera (cárcel) , y su padre concluyó sus días a manos del verdugo de Valladolid, en cuyo canal dejó fama de “malas tripas” y “mu campechano”.
Cuando el buen Chato arma un escándalo en la Casa de poco trigo (cárcel) y llega a entrar el alcaide para registrar a los presos y buscar las navajas, jamás se la encuentra, aunque le mande desnudar. Sábela esconder como ninguno, ya pegada con pez en la planta del pie, ya metida en el ano, burlando así la sagacidad del calabocero.
El baratero de playa, si bien no es tan desalmados como el Chato, es sin embargo de intenciones perversas y suelen llegar a ser matones de las cárceles y presidios, pues en realidad en nada se diferencian, siendo unas las costumbres y una la idea del “honor” que ellos se han formado; que también los barateros dicen que tienen honor, aunque para nosotros su honor vale tanto como el que sacan los ladrones de su villana profesión.
Agachados debajo de la proa de un falucho, varado a la orilla del mar en la playa de Málaga, se hallan cuatro o seis charranes con sus cenachos al lado; una barajilla sucia y mugrienta, que por su estado pegajoso suelen llamarla allí “de arropiero” y en Castilla “de turronero”, corre de mano en mano. El juego que los entretiene se llama ya el cané o ya el pecao ( juego de naipes en el que pierde quien se pase de nueve puntos). En la arena hay algunos cuartos de los que meten. Su mirar es inquieto y zozobroso, porque temen la llegada repentina de un alguacil, que arrebañando la “mesa” consigue además coger a alguno y dar con él en la cárcel. Pero en los alreores (alrededores)no se dica (ve) ninguno, y el juego continúa con sus blasfemias e interjecciones correspondientes.
De pronto y sin saber cómo, se asomó al corro una cabeza que llevaba calado un gorro encarnado algo descolorido; la cara de aquella cabeza era atezada, tenía unas patillas de boca de jacha ( Patillas largas que se extienden por la mandíbula, tomando la forma de una hoja de hacha ), grandes y pobladas cejas. La susodicha cabeza pertenecía a un cuerpo alto, robusto, en cuya cintura se liaba una faja moruna ( tira de tela, generalmente de color rojo, que rodea el cuerpo por la cintura con una o varias vueltas) y de cuyo hombro izquierdo pendía una chaqueta forrada de bayeta encarnada: era un baratero.
—Ahí va eso —dijo el jaquetón (persona insolente y arrogante) tirando al corro una cosa liada en un papel de estraza en que antes se había envuelto pescado frito; era una baraja.
Uno de los charranes le mira al rostro, recoge los naipes y se los devuelve al matón, diciéndole:
—Estimando, camará, nojotros no nesesitamo jeso.
—Chiquiyo (muchacho) —le repone el “héroe del Perchel”( Barrio de Málaga, situado antiguamente en las afueras, en el que se secaba pescado colgándolo en perchas) —, venga aquí el barato ( impuesto forzoso en los círculos de los tahúres ), y… ¡sonsoniche! ( silencio, chitón)
Los charranes recogen los chavos y se levantan mirando al cobraor (cobrador) con aquel aire pillesco y zumbón propio de los de su clase. Al matón se le ajuma el pescao (se huele el asunto) alza la mano y quie pegales (quiere pegarles) , pero uno de ellos da un salto atrás, desembucha ( saca) una tea (navaja) y, sin andarse en piquis miquis (escrúpulos) , ¡zas! le pega un metío (navajazo) que da con el baratero en tierra.
Las olas del mar bañan al poco rato un cadáver…
Pero pasados unos dos meses se oía por las calles de la población una campanilla y la voz de un hombre que decía:
—¡Para hacer bien y decir misas por el alma de un pobre que van a ajusticiar!
Fuentes: Las navajas -Rafael Martínez del Peral -Consejo superior de Investigaciones científicas Manual del baratero / http://amodelcastillo.blogspot.com / https://poesiayotraszarzas.blog / Vocabulario de caló jergal
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