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18 de octubre de 2017

EL JARABE DE HEROÍNA

Félix Hoffmann

Cuando fueron descubiertas, sustancias como la morfina (1803), cocaína (1860) y heroína (1898) , se presentaron como auténticos remedios milagrosos para diversas dolencias, hasta tal punto, que muchos fabricantes anunciaban orgullosos que sus productos contenían componentes tales como opio, coca o heroína.

A finales del siglo XIX, debido al incremento de la tuberculosis y la neumonía, los químicos de los laboratorios Bayer buscaban un fármaco supresor de la tos sin los efectos adictivos de la morfina. La síntesis se encargó al químico Felix Hoffmann ( 21 de enero de 1868- 8 de febrero de 1846) , quien, además de conseguir heroína (diacetilmorfina), obtuvo una variante del ácido salicílico químicamente estable y sin sus efectos secundarios (principalmente vómitos y un intenso sabor amargo). Había nacido el ácido acetil salicílico (AAS), comercializado luego como Aspirina

Al evaluar ambos productos, el jefe de farmacología quedó tan impresionado por la diacetilmorfina que rechazó el AAS, alegando que no tenía interés y que incluso podía ser tóxico para el corazón. Decidieron centrarse en el primero. Le pusieron de nombre comercial “Heroin”, del término heroisch, que en alemán significa heroico, un poder grande con una pequeña cantidad, y que en España sería conocida como heroína.

En 1898 Heinrich Dreser, de la casa Bayer, presentó en un congreso de médicos y naturalistas un nuevo narcótico y analgésico , la heroína que probada en una serie de cuadros respiratorios de difícil cura fueron sensacionales, y que según el equipo de investigación a aquellos a quienes se les administraba heroína parecían no sufrir los típicos efectos secundarios de la morfina, como náuseas o congestiones. Considerada no adictiva, fue también aplicada como tratamiento muy eficaz contra la adicción a su antecesora, la morfina. En pocos meses la heroína se convirtió en un gran éxito como remedio para todo tipo de afecciones respiratorias, no solo en adultos, también para los más pequeños. Ni siquiera hacía falta receta médica.

No obstante, pronto aparecieron discrepancias. Así el Dr. Strube, de la Clínica Médica de Berlín, fue el primero en hacer notar que la heroína podía originar hábito, y en 1902 Jean Jarrige defendió en la Universidad de París su tesis doctoral, titulada precisamente "Heroinomanía", en la que analizaba la adicción creada por la diacetilmorfina, observada en algunos pacientes, y a la cual consideraba más esclavizadora que la morfinomanía Después, otros médicos, como el estadounidense Pettey, el italiano Montagnini y los franceses Morel-Lavallée y Sollier, advirtieron sobre los efectos indeseados de la nueva droga.


Desoyendo las voces de advertencia, en 1898, Bayer con gran alarde publicitario, inunda de heroína, pura o en compuestos, las farmacias de todos los continentes donde persistirá en régimen de venta libre después de que el opio o la morfina empiecen a ser controlados. Los médicos la prefieren por las mismas razones que un siglo antes prefirieron la morfina al opio: produce el mismo efecto antiálgico en dosis mucho menores, posee una euforia más intensa y durante varias horas funciona como un suave pero marcado estimulante. Además, la heroína comercializada como remedio contra la tos y en generalmente en forma de pastillas o jarabe, no presenta efectos adictivos, si era tomada de dicha forma y en dosis no abusivas. 

A principios del siglo XX, la “Heroína” se anunciaba en revistas médicas junto a otras especialidades bien conocidas de la Bayer, como el ácido acetilsalicílico o “Aspirina”. En 1910, sus representantes en España recomendaban el empleo del opiáceo para un cuadro muy amplio de síntomas y enfermedades: por su “excelente acción calmante”, contra la tos, en el tratamiento de la bronquitis, faringitis, asma bronquial y catarro pulmonar; por su efecto analgésico, contra el carcinoma gástrico, orquitis, ciática, esclerosis múltiple, crisis gástricas de los tabéticos, aneurismas de la aorta, afecciones blenorrágicas; en ginecología y práctica psiquiátrica, “preferentemente como un buen medicamento sintomático”, para combatir los efectos de confusión aguda, depresión y neurastenia, debido a sus propiedades sedantes; y, finalmente, “como sucedáneo de la morfina”, en las curas de desintoxicación de esta última.


La heroína no sólo se vendía en estado puro, sino que varios específicos contenían también porcentajes nada despreciables del opiáceo, como, por ejemplo, el Jarabe benzo-cinámico heroinado del Dr. Madariaga (recomendado como “especial para la tos y afecciones catarrales y auxiliar eficaz contra la tuberculosis”), que se despachaba en farmacias al precio de 3 pesetas el frasco, o las Pastillas Bonald cinamo-benzoicas con heroína (para “toses, gargantas y preventivas de la gripe”), cuya caja costaba 2 pesetas.


Durante la temporada de invierno y primavera del año 1912, la casa Bayer costeó una sugerente campaña de prensa en España haciendo publicidad de su “Jarabe de heroína”, en el que se destacaba su uso cotidiano, con escenas domésticas para ilustrar la campaña, con recomendaciones del producto para síntomas (tos, irritación) y enfermedades (catarro, bronquitis) , y hasta como método preventivo para “la estación lluviosa”. 

No obstante , en 1913, después de que la heroína formara parte habitualmente de las recetas de jarabes contra la tos y, a causa del gran número de casos de adicción, la empresa dejó de venderla. La Aspirina corrió mejor suerte. Las sucesivas pandemias de gripe, especialmente la de 1918, convirtieron al ácido acetilsalicílico en fármaco de referencia contra la fiebre y el dolor. Tras la Primera Guerra Mundial, una de las cláusulas que el Tratado de Versalles impuso a Alemania fue la venta de las propiedades internacionales de Bayer. La compañía perdió la patente exclusiva del ácido acetilsalicílico pero el genérico «aspirina» fue el analgésico y antitérmico dominante en el mercado hasta la llegada del ibuprofeno, en los años 60 del siglo XX. 

A partir de 1918 su venta en boticas fue objeto de restricción, al igual que sucediera con otras drogas como opio, morfina, cocaína, éter y cloral. Ese control se ejercía a través de una receta médica. En 1925 un gramo de heroína en cualquier farmacia española costaba 5 pesetas, esto es, 90 céntimos menos que un kilo de carne, 15 pesetas menos que un litro de coñac y 25 pesetas menos que una botella de champagne. Ese mismo año, la prestigiosa enciclopedia Espasa–Calpe la consideraba como “un buen sucedáneo de la codeína y la morfina, teniendo la ventaja de no provocar estreñimiento ni crear hábito”.


El psiquiatra madrileño César Juarros ya había advertido que la heroína “es mucho más tóxica y peor soportada que la morfina”, no dudando en afirmar que la heroína es más peligrosa que la morfina, por sus efectos secundarios y resultar cinco veces más adictiva que esta última. En la sesión del 13 de junio de 1931, el Comité de Higiene de la Sociedad de Naciones aconsejó la erradicación de esta droga. En España el Dr.Teófilo Hernando Ortega, catedrático de terapéutica de la Facultad de Medicina de Madrid, director del Instituto de Farmacología y vocal del Consejo Técnico Nacional de Restricción de Estupefacientes, aconsejó también su ilegalización.

Finalmente, el 6 de agosto de 1932 el Presidente de la República, Niceto Alcalá-Zamora, a propuesta del ministro de la Gobernación, Santiago Casares Quiroga, promulgó un decreto, publicado en la Gaceta de Madrid, cuyo artículo 1º establecía lo siguiente: “Se prohíbe la importación y fabricación en el territorio español, Colonias y Posesiones del Norte de África, de diacetilmorfina (diamorfina, heroína)".
Fuentes : El Viejo Topo nº 110-Juan Carlos Usó / Historia general de las drogas –Antonio Escohotado -Editorial Espasa Libros

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