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24 de enero de 2018

LOS LADRONES DE CADÁVERES


En 1849, el Claustro de la facultad de Medicina de Ohio aprobó por unanimidad una tajante norma “los alumnos no deberán divulgar los secretos de la sala de disección o perderán el privilegio de acceder a ella”. Advertencias similares se fueron extendiendo a finales del siglo XIX por la mayoría de las facultades de medicina.Había que ser prudentes si se quería continuar con una de las prácticas fundamentales de los futuros médicos, la disección de cuerpos. Pero, ¿porqué tanto secreto?

La razón es que los profesores de anatomía, ante el aumento enorme de facultades de medicina, debían moverse en ocasiones en los límites de la ley para conseguir el elemento indispensable en las disecciones: los cuerpos humanos muertos. Habían intentado presionar para que las leyes favorecieran que aquellos cadáveres que nadie reclamaba en los hospitales fueran a las escuelas de medicina, pero la oferta siempre era menor que la demanda. 

Para cumplir con las necesidades de sus alumnos, llegaban a acuerdos con profesionales que recuperaban de sus tumbas cuerpos enterrados recientemente. Los estudiantes podían tener la tentación de divulgar la fuente o la identidad de esos cuerpos que estudiaban y de ahí los secretos en la sala de disección… 

Esos ladrones de cadáveres, llamados «resucitadores» porque hacían que los cuerpos salieran de las tumbas , no robaban los objetos valiosos que pudiera llevar el difundo, porque era un delito, pero sí el cuerpo, porque no era propiedad de nadie y era mucho menos perseguido, sobre todo si era de un pobre. En Estados Unidos las principales víctimas del robo de cadáveres fueron los más pobres: negros, indios americanos y emigrantes paupérrimos. El precio de un cadáver en buen estado en Inglaterra era de unas diez libras, equivalente al salario de un peón agrícola durante seis meses, un buen dinero para ganar en una noche.



La gente tenía pánico a los saqueadores de tumbas. Los ricos se construían grandes panteones, con buenas paredes y puertas blindadas. Las clases medias enterraban lo más profundamente que podían a sus deudos, colocaban rejas sobre las tumbas y alrededor de la fosa e instalaban grandes losas selladas por albañiles. Se han encontrado argollas de hierro que se atornillaban al ataúd y sujetaban el cuello del difundo para dificultar su extracción. Entre los pobres la única medida posible era vigilar la tumba unos días, hasta que la putrefacción hubiera hecho que el cadáver perdiera su interés para los estudiantes de medicina.

Aun así había auténticas bandas de resucitadores, en ocasiones con la connivencia de los empleados del cementerio, pendientes de las oportunidades disponibles. Muchos de estos resurreccionistas habían trabajado de enterradores o de ayudantes en las salas de disección. Así era como habían tomado contacto con las bandas de ladrones de cuerpos. Atraídos por la promesa de unos ingresos elevados y un mejor horario laboral, abandonaban sus actividades legales y se entregaban a ese trabajo.



Era un trabajo inmoral y desagradable, pero rápido y lucrativo. Los anatomistas querían cuerpos frescos, con lo que el hedor no debía de representar ningún problema. Si el cuerpo se encontraba descompuesto se le extraían los colmillos y  otros dientes para vendérselos a dentistas que harían con ellos dentaduras postizas, y evitar así que la operación se saldara sin beneficio alguno. Un ladrón de cuerpos no tenía que cavar la tumba entera, sino que podía limitarse a descubrir la parte superior. A continuación, sólo tenía que introducir una barra en la ranura del ataúd, levantar la tapa unos treinta centímetros haciendo palanca y pescar el cadáver pasándole una cuerda alrededor del cuello o bajo los brazos. Finalmente, se tapaba el agujero con la tierra que se había amontonado durante la fase de excavación. La operación completa concluía en menos de una hora.

Muchos de estos resurreccionistas habían trabajado de enterradores o de ayudantes en las salas de disección. Así era como habían tomado contacto con las bandas de ladrones de cuerpos. Atraídos por la promesa de unos ingresos elevados y un mejor horario laboral, abandonaban sus actividades legales y se entregaban al oficio del saco y la pala.

Evidentemente, era más rápido conseguir cadáveres de los vivos que de los muertos y eso hicieron algunos criminales. Quizá los más famosos fueron William Burke y William Hare, dos inmigrantes irlandeses en Escocia. Los profesores universitarios escoceses cobraban en función de cuántos alumnos atraían a sus clases y un suministro constante de cadáveres era esencial y al mismo tiempo complicado para un profesor de Anatomía. Hare regentaba una casa de huéspedes de ínfima calidad y uno de sus pupilos, un anciano militar, falleció dejándole a deber cuatro libras, así que Hare y su amigo Burke llenaron el ataúd con maderas y llevaron el cadáver a la facultad donde un asistente del doctor Robert Knox, un anatomista famoso por haber sido cirujano en la batalla de Waterloo, les pagó siete libras (unos mil euros al cambio actual). Los catedráticos se publicitaban y el anuncio de Knox prometía «una demostración completa sobre sujetos anatómicos» y presumía de tener más de cuatrocientos pupilos.

El primer asesinato de Burke y Hare fue de otro huésped que estaba enfermo y tardaba en morir, por lo que aceleraron el proceso con whisky y una almohada. A partir de ahí se inició una espiral donde invitaban a su casa a personas pobres o prostitutas que encontraban por la calle y cuyos cuerpos aparecían pocas horas después en sacos de té o barriles de arenques en la sala de disección del doctor Knox. Algunas personas que aparecían por la casa de huéspedes buscando a sus parientes desaparecidos compartían el mismo destino. Finalmente, una huésped denunció a Hare y Burke y fueron inmediatamente detenidos. En el juicio se le ofreció a Hare inmunidad si denunciaba a Burke, que parecía el más inteligente de los dos y por lo tanto el que había organizado la trama delictiva, pero la prensa y el público rugieron ante ese acuerdo. Finalmente Burke fue condenado a muerte y el juez añadió estas palabras:
Su sentencia será ejecutada de la forma habitual pero acompañada con el concomitante estatutario del castigo para el crimen de asesinato, es decir, que su cuerpo será públicamente diseccionado y anatomizado. Y confío que si es siempre habitual preservar los esqueletos, el suyo será preservado de manera que la posteridad mantenga el recuerdo de sus atroces crímenes.
Burke fue ahorcado el 28 de enero de 1829 y la disección de su cuerpo se realizó en el teatro anatómico del Old College de la Universidad al día siguiente. Durante la disección, el profesor Alexander Monro mojó su pluma en la sangre de Burke y escribió «esto está escrito con la sangre de Williamm Burke, que fue colgado en Edimburgo. La sangre se recogió de su cabeza». Tras la ejecución se permitió a los frenólogos examinar su cráneo para buscar señales de su naturaleza criminal. En la actualidad el esqueleto de Burke está colgado en el Museo de Anatomía de la Facultad de Medicina, y la sala de cirujanos conserva distintos frascos con sus restos, entre ellos su cerebro, y algunos objetos, en particular un pequeño cuaderno y una cartera para tarjetas de vista, supuestamente hechos con su piel.

Jeremy Benthan

Distintos países y distintos estados promulgaron legislación contra el robo de cadáveres en la primera mitad del siglo XIX. En plena Revolución Industrial, cuando la urbanización y la industrialización habían multiplicado el estrato de los pobres, algunos individuos llegaron a la conclusión de que les podían seguir explotando después de muertos. Los pobres se separaron en «capaces» e «impotentes», siendo calificados los primeros de vagos y los segundos de desgraciados merecedores de piedad y ayuda. Las casas de beneficencia intentaron ayudar a los pobres «que lo merecían» pero pronto se convirtieron en lugares insalubres con condiciones deplorables. 

No siempre era por casualidad: el filósofo Jeremy Benthan, padre del utilitarismo, dijo que estos asilos para pobres tenían que ser punitivos, diseñados para disuadir a la gente de buscar refugio y vivir a costa de los demás. Donar o vender sus cuerpos tras su muerte fue uno de esos argumentos disuasorios. Así, la Ley de Anatomía Warburton de 1832 autorizaba a que los cuerpos no reclamados de la gente que muriesen en instituciones pagadas con los impuestos del contribuyente como casas de beneficencia, hospitales para indigentes, manicomios y asilos de caridad fueran entregados a las facultades de medicina para su disección y conservación de sus esqueletos. Por cierto, por expreso deseo de Bentham, su esqueleto, totalmente vestido y con una cabeza de cera (la auténtica fue momificada), se expone en el University College de Londres, en cuya fundación había participado. Hasta la fecha, sentado en su vitrina, sigue «participando» en las reuniones del consejo académico.

F.W. Murnau - Nosferatu

El robo de cadáveres y, en particular de cabezas y cráneos, sigue dándose en la actualidad, pero ya no se hace para su uso en las salas de disección. Ahora, la admiración, el fetichismo, los rituales satánicos, son algunas de las explicaciones que se dan cuando surge uno de estos escándalos. En julio de 2015 se descubrió que el cráneo del director de cine F.W. Murnau director de obras maestras como Nosferatu había desaparecido. Se encontraron restos de cera y las tumbas de alrededor estaban intactas, por lo que la policía piensa en algún tipo de ritual. No era un caso único, en otoño de 2014 se encontraron veintiún cráneos bajo un puente cercano a la ciudad india de Orissa usados para hacer magia negra. Es algo que ha sucedido a menudo con personalidades célebres. 


El cadáver de Mussolini fue robado y estuvo desaparecido varios años. Lo mismo ocurrió con los restos de María Callas, Eva Perón o el general Petain. También lo intentaron, poco después de morir, con el mismísimo Elvis Presley y a Charlie Chaplin apenas le dejaron descansar un par de meses después de su fallecimiento en la noche de Navidad de 1977, cuando contaba ochenta y ocho años. Su cadáver fue robado y se pidió un rescate de seiscientos mil dólares por su devolución.

Cuando en 1863 los restos de Beethoven fueron exhumados para ser trasladados alguien cortó dos piezas del cráneo, y mientras el resto de sus huesos recibía de nuevo sepultura, estos dos souvenirs fueron pasando de mano en mano y actualmente se encuentran en California. No es el único músico cuya cabeza ha causado pasiones: la de Haydn también fue robada poco después de su muerte. En 1898, el gobierno español pidió que los restos de Goya, que había muerto en Burdeos, fueran exhumados y trasladados a España. La sorpresa al abrir el féretro fue que el cráneo no estaba. El cónsul español mandó un telegrama a Madrid: «Esqueleto de Goya sin cabeza. Por favor enviar instrucciones». La respuesta fue rápida «Envíe a Goya, con cabeza o sin ella» y sus restos se enterraron en la ermita de San Antonio de la Florida, donde pintó algunas de sus magníficas obras. El cráneo de Goya nunca se ha encontrado.

Fuentes: http://www.jotdown.es  / http://anacronicosrecreacionhistorica.blogspot.com.es

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