Cada uno de nosotros pasamos, de media, veinticuatro años de nuestra vida durmiendo. Y una vez adultos, gran parte suele hacerlo al lado de otra persona. Un tiempo muy largo que compartimos con alguien que nos da calor, seguridad, compañía, intimidad, experiencias compartidas… Alguien que también puede roncar, que tira de las sábanas, que tiene los pies fríos, o se levanta cada rato para ir al baño, o habla en sueños, o padece sonambulismo… Compartir la cama, conciliar el sueño y levantarnos de buen humor junto a nuestra pareja puede suponer un auténtico desafío y convertirse, según los casos, en un sueño o en una pesadilla.
Las camas más antiguas que se han encontrado no eran más que pilas de paja u otros materiales vegetales, a veces recubiertos con pieles. En la Antigua Grecia, aunque existía una cama conyugal, las mujeres tenían reservadas una parte de la casa, el gineceo, en donde dormían si el marido no reclamaba su presencia para el acto sexual. Lo mismo en Roma, donde las camas, en forma de pequeños divanes, tenían un uso social (para comer, recibir visitas) y para dormir cada uno se retiraba a su cubiculum. el origen de dormir a dos en una estancia separada tiene mucho que ver con la religión cristiana .Son los padres dela Iglesia quienes propugnan la separación de los cónyuges del resto de la familia y su obligación de tener un lecho en el que cumplir el “deber conyugal”.
Durante siglos, los campesinos solían tener una única cama donde dormía toda la familia: tener sexo era algo reservado para fuera. Sin embargo, los ricos y poderosos duermen solos: en Versalles y otros grandes palacios europeos, el rey y la reina tenían cámaras separadas, en las que recibían visitas. El soberano acudía a la habitación de la reina (o de sus amantes) sólo cuando así lo deseaba. No es hasta la revolución industrial cuando el dormitorio de matrimonio burgués se generaliza –fundamentalmente por la falta de espacio en las nuevas viviendas urbanas– y de ahí hasta nuestros días.
A finales del siglo XIX los médicos ingleses recomendaban a las parejas separar las camas por motivos de salud e higiene. El Dr. Richardson advertía en 1880 que “el sistema de tener camas en las que puedan dormir dos personas resulta siempre, en cierta medida, malsano”. A este doctor le preocupaba la transmisión del aire viciado de una persona a otra. Mientras dormían, con los sentidos aletargados, no se percibía el olor pero a primera hora de la mañana “cuando los sentidos se muestran más despiertos para percibirlo, puede resultar nauseabundo”.
Otra preocupación era una presunta electricidad de proximidad que provocaba disputas:las parejas discuten más… debido a los cambios eléctricos que atraviesan los sistemas cuando se comparte cama noche tras noche, más que por cualquier otra causa.
Este alarmismo provocó que las parejas utilizaran menos las camas matrimoniales y se prefirieran dormir en camas separadas. Este cambio fue aprovechado por la industria del mueble que convirtió las camas separadas en un símbolo de modernidad frente al clasicismo, un poco rebuscado, de las camas de matrimonio.
Marie Carmichael Stopes
Contra las camas separadas se posicionó Marie Stopes en El amor conyugal o el amor en el matrimonio, una guia del sexo y el matrimonio publicada en 1918. Stopes las definía como “una invención del demonio”, frías y estrechas de diseño y que reprimían la vida sexual.
Por su parte, Hilary Hinds, analiza esta transición en Juntos y separados: dos camas individuales, higiene doméstica y el matrimonio moderno, 1890-1945, y a diferencia de Stopes mantiene que las camas separadas no eran enemigas del matrimonio sino que reflejaban un cambio en el que se pasó de una deferencia a la sexualidad y disfrute masculino, a una relación de pareja más igualitaria.
Aunque las camas separadas todavía llevan asociada la idea de pareja, Hinds explica que este acuerdo divergía del concepto de “pareja unida” en favor del de “pareja de iguales que pueden estar, y de hecho a veces están, separados”. Estas camas sugieren una interdependencia basada en una relación cercana pero separable del otro elemento de la pareja.
Así, aparte de simbolizar el amor de pareja y el matrimonio, la cama doble puede ser un genuino campo de batalla teniendo en cuenta que cada noche realizamos, de media, entre treinta y cuarenta movimientos. Además, uno de cada tres españoles sufre algún problema al conciliar el sueño. Los más afectados son los adultos en la franja de edad de entre 35 y 55 años, y los problemas son de lo más variado: insomnio , apnea, síndrome de piernas inquietas, alteraciones de los ritmos circadianos… Para más inri, está los ronquidos ,más habitual en hombres que mujeres. Estos ruidos molestos pueden impedir que el compañero de lecho descanse correctamente. Sabemos que cualquier movimiento o ruido puede afectar a nuestro sueño, haciéndonos pasar de un sueño profundo a uno más superficial. Desde un punto de vista idealizado, lo óptimo sería dormir sin que nada ni nadie interfiera en nuestro sueño El ambiente es fundamental, y al igual que el dónde y el cómo, también influye el con quién.
Otro problema que puede tener una incidencia sobre el descanso a dos es el tamaño del colchón. Desde principios del siglo XX no hemos dejado de crecer en talla y peso, y, sin embargo, la cama matrimonial no ha crecido demasiado. y sigue , con algunas excepciones que aumentan la anchura a 1,50 m, inmutable con sus 135 centímetros. Hay una cierta contradicción con el hecho de que se considera normal para un colchón individual de 90 cm de ancho y, sin embargo, en los colchones matrimoniales, la demanda de lo que sería lo mismo pero para dos sería de 180 cms. en lugar de los estándares habituales de 1,35 o 1,50 m.
Cuando los problemas se tornan insoportables, muchos deciden cortar por lo sano y separar en diferentes esferas pareja y descanso. En el caso de las parejas se trata de acostumbrarse a las características del otro. Dormir juntos refleja un vínculo intenso, pero muchas parejas duermen en camas separadas o incluso en habitaciones separadas y esto no quiere decir que no se quieran. Simplemente es una cuestión de sentido común: han entendido que el descanso es primordial para estar bien durante el día. Sin embargo, dormir a dos también puede ser beneficioso para la salud, siempre que la adaptación a los hábitos de sueño del otro sea completa. Por ejemplo, el descansar junto a alguien, al incrementar la sensación de seguridad, contribuye a reducir la hormona del estrés, el cortisol, y es una excelente manera de producir oxitocina, llamada hormona del amor, que favorece la empatía y las interacciones afectivas. que se crea no sólo haciendo el amor, sino también permaneciendo abrazado a alguien, estando feliz en su compañía o incluso charlando con la pareja.
Fuentes: Todo sobre la casa - Anatxu Zabalbeascoa -Editorial Gustavo Gili-Historia de las alcobas - Mechelle Perrot-Editorial Siruela / BBC Historia nº 9 .
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