Las razas humanas
Las primeras clasificaciones raciales se remontan al siglo XVII, coincidiendo con el imperialismo de ultramar o período colonial en el que algunas potencias europeas conquistaron y explotaron extensas áreas continentales alrededor del mundo .
Fue en 1684 cuando el viajero y médico francés François Bernier publicó la primera clasificación de las distintas razas o especies humanas y su distribución en la Tierra, estableciendo cuatro grupos:
Fue en 1684 cuando el viajero y médico francés François Bernier publicó la primera clasificación de las distintas razas o especies humanas y su distribución en la Tierra, estableciendo cuatro grupos:
1. los europeos, africanos del norte, persas, árabes, habitantes de India y de Insulindia. A ellos se sumaban los americanos,
2.el resto de los africanos.
3. los asiáticos amarillos
4. los lapones.
Pero la genética moderna ha demostrado que subdividir la especie humana en razas es erróneo. No existen razas en nuestra especie. Aunque rasgos como color de piel o tipos de ojos se han utilizado para clasificar a las personas dentro de la raza blanca, negra o amarilla (como recogieron antiguos estudios científicos cuyos autores estaban influidos por sus propios prejuicios), si estudiamos muestras de humanos de distinto color de piel o tipos de ojos, seríamos incapaces de separarlos en base al ADN, por lo que muchos 'blancos' son más parecidos genéticamente a 'negros' o a 'orientales' que a otros 'blancos', y viceversa. La razón es que estos rasgos físicos, que son muy llamativos, están controlados por una ínfima fracción de nuestro ADN. Unas pocas letras pueden determinar nuestro color de piel, pero contamos con 3.000 millones de otras letras que suelen ser exactamente iguales. Para aquellos grupos que son culturalmente muy distintos de otros, se suele preferir la denominación etnia’, grupos que comparten características comunes como el idioma, la vestimenta o la religión, que no tiene nada que ver con la genética.
Joseph Arthur de Gobineau
El supremacismo blanco
El supremacismo blanco
En la primera mitad del siglo XIX, las diferencias raciales cobraron una fuerte relevancia y pocos hombres de ciencia europeos o norteamericanos se resistieron a esta tesis, y se naturalizó la idea del supremacismo blanco que consideraba que la raza blanca era superior a las demás. Uno de los autores que sostuvo esta teoría es el francés Joseph Arthur de Gobineau (1816-1882), que expone en su libro Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas (1853 -1855), considerado como la obra inicial de la filosofía racista, que justifica la desigualdad social, la explotación y las guerras por la pertenencia de los hombres a distintas razas atendiendo a sus rasgos biológicos y raciales y dividiendo arbitrariamente las razas en “superiores” e “inferiores” .
ENSAYO SOBRE LA DESIGUALDAD DE LAS RAZAS HUMANAS( Fragmento )
(... ) Se ha podido ver que de todas las otras clases de seres vivientes la separan, profundas diferencias físicas y diferencias morales no menos acusadas. Colocadas así aparte, la he estudiado en sí misma, y la fisiología, aunque incierta en sus vías, poco segura en sus medios y defectuosa en sus métodos, me ha permitido, sin embargo, distinguir tres grandes tipos netamente diferentes: el negro, el amarillo y el blanco.
La raza negra :La variedad melania ( negra ) es la más humilde y yace en lo más bajo de la escala. El carácter de animalidad impreso en la forma de su pelvis le impone su destino, a partir del momento de la concepción. Nunca saldrá del círculo intelectual más restringido. Ese negro de frente estrecha y huidiza, no es, sin embargo, un bruto puro y simple que ofrece, en la parte media de su cráneo, los indicios de ciertas energías groseramente poderosas. Si sus facultades pensantes son mediocres o incluso nulas, posee, en cambio, en el deseo y, por consiguiente, en la voluntad, una intensidad a menudo terrible.
Varios de sus sentidos se han desarrollado con un vigor desconocido en las otras dos razas: el gusto y el olfato sobre todo. Pero en esto, principalmente, en la avidez misma de sus sensaciones, se encuentra el sello manifiesto de su inferioridad. Todos los alimentos se le antojan buenos, ninguno le repugna. Lo que desea es comer, comer con exceso, con furor; no hay repugnante carroña indigna de ser engullida por él. Lo mismo le pasa con los olores, y su sensualidad tolera no sólo los más ingratos, sino también los más repulsivos. A estos rasgos principales de carácter junta una instabilidad de humor, una variabilidad de sentimientos que nada puede fijar, y que anula, para él, lo mismo la virtud que el vicio.
Se dirá que la misma exaltación con que persigue el objeto que ha puesto en vibración su sensibilidad e inflamado su codicia, es garantía del pronto apaciguamiento de la primera y del rápido olvido de a segunda. En fin, siente igualmente escaso apego a su vida y a la ajena; mata gustosamente por matar, y esta máquina humana, tan fácil de emocionar, se muestra, ante el sufrimiento, o de una cobardía que apela fácil, mente a la muerte, o de una impasibilidad monstruosa.
La raza amarilla . Resulta ser la antítesis de la raza negra. El cráneo, en vez de ser echado hacia atrás, se inclina precisamente hacia adelante. La frente, ancha, huesuda, a menudo saliente, desarrollada en altura, pesa sobre una faz triangular, en la que la nariz y el mentón no muestran ninguno de los salientes groseros y rudos que distinguen al negro. Una tendencia general a la obesidad no es un rasgo verdaderamente propio de ella, aunque se encuentra con más frecuencia en las tribus amarillas que en las otras variedades.
Escaso vigor físico, propensión a la apatía. En lo moral, ninguno de esos extraños excesos, tan comunes en los Melanios. Deseos débiles, una voluntad más bien obstinada que extrema, un gusto perpetuo pero apacible por los goces materiales; con una rara glotonería, se muestra más exigente que los negros en los alimentos destinados a satisfacerla. En todo, tendencia a la mediocridad; comprensión bastante fácil de lo que no es ni demasiado elevado ni demasiado profundo; amor a lo útil, respeto de la regla, conciencia de las ventajas de ciertas dosis de libertad.
Los amarillos son gente práctica en el sentido estricto de la palabra. No sueñan, no aman las teorías, inventan poco, pero son capaces de apreciar y adoptar lo que sirve. Sus deseos se limitan a vivir lo más tranquila y cómodamente posible. Se ve que son superiores a los negros. La raza amarilla posee un populacho una pequeña burguesía que todo civilizador desearía escoger como base de su sociedad; no es, sin embargo, el elemento adecuado para crear esa sociedad ni darle nervio, belleza y espíritu de acción.
La raza blanca. En los pueblos blancos existe energía reflexiva, o, por mejor decir, una inteligencia enérgica; conocimiento de lo útil, pero en un sentido de la palabra muchísimo más amplio, más elevado, más animoso, más ideal que en las naciones amarillas; una perseverancia que se da cuenta de los obstáculos y encuentra, a la larga, los medios de salvarlos; junto con una mayor energía física, un instinto extraordinario del orden, no ya, sólo como garantía de reposo y de paz, sino como medio indispensable de conservación, y, al mismo tiempo, un gusto pronunciado por la libertad, incluso extrema; una hostilidad manifiesta contra aquella organización formalista en la cual se adormecen de buen grado los chinos, así como contra el altanero despotismo, único freno eficaz entre los pueblos negros.
Los blancos se distinguen también por un amor singular de la vida. Parece que, sabiendo gustar mejor de ella, le atribuyen más valor, y la respetan más, en sí mismos y en los otros. Su crueldad, cuando se manifiesta, tiene conciencia de sus excesos, sentimiento muy problemático en los negros. Al mismo tiempo, esta vida, que tan admirablemente saben llenar y que consideran tan preciosa, no vacilan en sacrificarla sin murmurar en aras de un ideal o de un principio. El primero de estos móviles es el honor, que, bajo nombres más o menos análogos, ha ocupado un lugar enorme en las ideas, desde el origen de la especie.
No necesito añadir que el vocablo honor y la noción civilizadora que encierra son igualmente desconocidos de los amarillos y de los negros. Para terminar el cuadro, añadiré que la inmensa superioridad de los blancos, en la esfera total de la inteligencia, se asocia a una inferioridad no menos manifiesta en la intensidad de las sensaciones. El blanco está mucho menos dotado que el negro y el amarillo desde el punto de vista sensual. Se siente así menos solicitado y menos absorbido por la acción corporal, aunque su estructura sea notablemente más vigorosa.
Los grupos terciarios. De la combinación de las variedades de cada uno de esos tipos, enlazándose entre sí, han salido los grupos terciarios. Las cuartas formaciones han nacido del enlace de uno de esos tipos terciarios o de una tribu pura con otro grupo perteneciente a una o dos especies extrañas. Por encima de esas categorías, otras se han manifestado y se manifiestan cada día. Unas, muy caracterizadas, formando nuevas originalidades diferentes, puesto que provienen de fusiones definitivas; otras, incompletas, desordenadas y, cabe decir, antisociales, puesto que sus elementos, ya demasiado dispares, ya harto numerosos e ínfimos, no han tenido ni tiempo ni modo de penetrarse de una manera fecunda.A la multitud de de estas razas mestizas tan abigarradas que componen ahora la humanidad entera, no cabe asignar otros límites que la posibilidad pavorosa de combinaciones de números.
Sería inexacto pretender que todas las mezclas son malas y dañosas. Si los tres grandes tipos, permaneciendo estrictamente separados, no se hubiesen unido entre sí, sin duda la supremacía habría sido siempre retenida por las tribus blancas más bellas, y las variedades amarillas y negras se hubieran arrastrado eternamente a los pies de las naciones más insignificantes de aquella raza. Es un estado en cierto modo ideal, que la Historia no ha conocido. No podemos imaginarlo sino reconociendo el incuestionable predominio de aquellos grupos nuestros que se han conservado más puros. Pero todo no hubiera sido ganancia en una situación semejante. La superioridad relativa, al persistir de una manera más evidente, no hubiese andado, hay que reconocerlo, acompañada de ciertas ventajas producidas por las mezclas, y que, aunque no contrabalanceen, ni de mucho, la suma de sus inconvenientes, no resultan menos dignas de ser a veces aplaudidas.
Así el genio artístico, igualmente extraño a los tres grandes tipos, no surgió sino a raíz del enlace de los blancos con los negros. Así también, gracias al nacimiento de la variedad malaya, surgió de las razas amarillas y negras una familia más inteligente que tales razas, y de la alianza amarilla y blanca surgieron asimismo tipos intermedios muy superiores a los pueblos puramente fineses así como a las tribus negras. No lo niego: son todos estos excelentes resultados. El mundo de las artes y de la noble literatura resultante de las mezclas de la sangre, las razas inferiores mejoradas, ennoblecidas, son otras tantas maravillas ante las cuales hay que aplaudir. Los pequeños han sido elevados. Desgraciadamente, los grandes, por efecto de lo mismo, han sido empequeñecidos, y es un mal que nada recompensa ni repara. Puesto que enumero todo lo que resulta favorable a las mezclas étnicas, añadiré todavía que a ellas, se debe no poco el refinamiento de las costumbres y de las creencias, y sobre todo la moderación de las pasiones e inclinaciones. Pero se trata de beneficios transitorios, y si bien reconozco que el mulato, del que cabe hacer un abogado, un médico, un comerciante, vale más que su antepasado negro, enteramente inculto e inútil.
Sea lo que fuere, el estado complejo de las razas humanas es el estado histórico, y una de las principales consecuencias de esta situación ha sido hundir en el desorden una gran parte de los caracteres primitivos de cada tipo. Se ha visto, a consecuencias de enlaces multiplicados, no sólo disminuir en intensidad las prerrogativas, sino también separarse, dispersarse y formar a menudo contraste. La raza blanca poseía originariamente el monopolio de la belleza, de la inteligencia y de la fuerza. A raíz de sus uniones con las otras variedades, aparecieron mestizos bellos pero carentes de vigor, fuertes pero desprovistos de inteligencia, y si inteligentes sumamente feos y débiles. Ocurrió también que la mayor abundancia posible de sangre blanca, cuando se acumulaba, no de un solo golpe, sino por capas sucesivas, en una nación, no le aportaba ya sus prerrogativas naturales. A menudo no hacía más que aumentar la confusión ya existente en los elementos étnicos y no parecía conservar de su cualidad nativa sino una gran fuerza en la fecundación del desorden. Esta aparente anomalía se explica fácilmente, puesto que cada grado de mezcla perfecta produce, además de una alianza de elementos diversos, un tipo nuevo, un desarrollo de facultades particulares. ( ... )
Fuente: Ensayo sobre la desigualdad
de las razas humanas -
Conde de Gobineau-Editorial Apolo
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