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26 de abril de 2024

MARK TWAIN: UN LIBRO Y ALGUNOS AFORISMOS

 

Samuel Langhorne Clemens -Mark Twain

UN YANKI EN LA CORTE DEL REY ARTURO (1889)-Mark Twain
Publicado en 1889 pero válido a día de hoy

Capítulo 8
Sí; en poder (yo) igualaba al rey. Pero existía otro poder que era mayor que el de nosotros dos juntos: la Iglesia. No quiero eludir este hecho. No podría hacerlo aunque quisiese. Pero dejémosla de lado por el momento, ya aparecerá en su debido sitio más adelante. En un principio no me causó problemas, al menos ninguno de importancia.
Pues bien, el país era realmente curioso, y además pleno de interés. ¡Y la gente! Era la raza más peculiar, más simple y más crédula... ¡Pardiez, si eran como conejos! Para una persona como yo, nacida en una atmósfera sana y libre, resultaba deplorable presenciar sus humildes y entusiastas desbordamientos de lealtad con el rey, la Iglesia y la nobleza. Como si tuviesen más motivos para amar y honrar al rey, al obispo y al noble de los que tiene el esclavo para amar y honrar el látigo, o el perro para amar al desconocido que le propina un puntapié. ¡Diantre! Cualquier tipo de realeza, por muy modificada que se encuentre, cualquier tipo de aristocracia, por muy podada que se halle, resultan un insulto indiscutible, pero si naces y creces bajo esas condiciones, probablemente no lo descubrirás nunca, y tampoco lo creerás cuando alguien te lo diga. Todo ser humano debería sentirse avergonzado de su especie al pensar en los mamarrachos que siempre han ocupado los tronos, sin razón ni derecho alguno y al recordar los individuos de séptima categoría que siempre han figurado como miembros de la aristocracia: un elenco de monarcas y nobles que en la mayoría de los casos habrían permanecido en la pobreza y la oscuridad si hubiesen tenido que depender de sus propios esfuerzos, como sus semejantes de mayor valía.
La mayor parte de la llamada nación británica del rey Arturo estaba formada por esclavos, pura y simplemente, conocidos con ese nombre y agobiados por un collar de hierro, y el resto eran esclavos de hecho, aunque se consideraran hombres libres y así se llamaran a sí mismos. Pero la verdad es que la nación entera tenía un solo propósito en este mundo: postrarse ante el rey, la iglesia y la nobleza, esclavizarse a su servicio, sudar sangre para que ellos se beneficiaran, pasar hambre para que ellos comiesen bien, trabajar para que ellos pudiesen divertirse, apurar la copa de la miseria hasta las heces para que ellos perdiesen la alegría, verse reducidos a la desnudez para que ellos ostentasen sedas y joyas, pagar sus impuestos para que no tuviesen que hacerlo ellos, practicar durante toda sus vidas un lenguaje degradante y una actitud aduladora para que ellos pudiesen exhibir su orgullo y considerarse los dioses de este mundo. Y a cambio de todo esto, la retribución consistía en bofetadas y desprecio, y eran tan pobres de espíritu que consideraban un honor incluso este tipo de atención.
Las ideas heredadas son algo curioso, interesante de observar y examinar. Yo tenía las mías; el rey y su gente, las suyas. En ambos casos se trataba de rutinas que habían sido profundamente inculcadas por el tiempo y el hábito. Quien intentase eliminarlas, valiéndose de razones y argumentos, tendría entre manos una empresa monumental.
Aquella gente, por ejemplo, había heredado la idea de que todos los hombres sin título y sin una larga genealogía, tuviesen o no conocimientos o dotes naturales, merecían menos consideración que un animal cualquiera, un bicho, un insecto, mientras que yo había heredado la idea de que las cornejas humanas que consienten en disfrazarse con el ostentoso y falso plumaje de las dignidades heredadas y los títulos inmerecidos sólo sirven de hazmerreír.
La actitud que tenía hacia mí la gente de Arturo era extraña, pero natural. Similar a la que demuestran los visitantes y el guardián de un zoológico ante un enorme elefante. Sienten gran admiración por su corpulencia y su prodigiosa fuerza; hablan con orgullo del hecho de que pueda realizar cientos de prodigios completamente imposibles para ellos, y con ese mismo orgullo también se refieren al hecho de que en su cólera podría ahuyentar a un millar de hombres. ¿Pero lo convierte esto en uno de ellos?... No. El más harapiento de los vagabundos se echaría a reír al escuchar tal cosa. No podría comprenderlo; no podría aceptarlo; no podría concebirlo ni remotamente.
Pues bien, para el rey, los nobles y la nación entera, hasta el último de los esclavos y el más abyecto de los vagabundos, yo era exactamente como ese elefante, y nada más. Era admirado y temido, pero como se admira y se teme a un animal. No se demuestra reverencia ante un animal, y tampoco hacia mí. Ni siquiera era respetado. Yo carecía de genealogía o de títulos heredados, así que a los ojos del rey y los nobles no era más que basura. La gente me miraba con asombro y terror, pero sin reverencia alguna.
Debido a las ideas heredadas, eran incapaces de concebir que cualquier cosa tuviese derecho a ser venerada, excepto la genealogía y el dominio señorial. He aquí la mano de aquel terrible poder, la Iglesia Católica Romana. En sólo dos o tres siglos habían transformado una nación de hombres en una nación de gusanos. Antes de que se instaurara la supremacía de la Iglesia en el mundo, los hombres eran hombres y podían llevar la cabeza erguida, y tenían el orgullo propio de un hombre y su valor y su independencia, y las grandezas y posición que podía alcanzar una persona eran debidas principalmente a sus logros, no a su nacimiento. Entonces apareció en escena la Iglesia, dispuesta a llenar sus arcas como fuese. Y la Iglesia era sabia, sutil y conocía muchas maneras de esquilmar una oveja, o una nación. Se inventó lo del «derecho divino de los reyes» y lo apuntaló por todas partes, al lado de piedra a piedra, al lado de las Bienaventuranzas, despojándolas de su loable propósito para ponerlas al servicio de algo maligno. Predicó (al pueblo llano) la humildad, la obediencia a los superiores, la belleza de la abnegación; predicó (al pueblo llano) la mansedumbre ante el insulto; predicó (de nuevo al pueblo llano, siempre al pueblo llano) la paciencia, la pobreza de espíritu, la sumisión a los opresores e introdujo rangos hereditarios y aristocracias y luego enseñó a todas las poblaciones cristianas de la tierra a postrarse ante ellos y venerarlos.
Todavía en el siglo de mi nacimiento continuaba ese veneno en la sangre de la cristiandad, y los mejores de entre los plebeyos ingleses aceptaban alegremente que gentes de menor valía que ellos siguieran ocupando impunemente un gran número de posiciones, desde los señoríos hasta el trono, posiciones a las cuales no les permitían aspirar las grotescas leyes de su país. De hecho, no sólo aceptaban esta peculiar situación, sino que eran capaces de convencerse a sí mismos de que era motivo de orgullo. Lo anterior parece demostrar que puedes llegar a aceptar cualquier cosa si has nacido y crecido bajo su influjo. Por supuesto que esa inclinación, esa reverencia por títulos y rangos ha existido también en nuestra sangre americana, bien lo sé, pero cuando abandoné América había desaparecido casi por completo y sus residuos estaban restringidos a caballeretes y señoritingas. Cuando una infección se ha reducido hasta llegar a ese nivel, se puede decir con bastante tranquilidad que no ofrece ya ningún peligro.

AFORISMOS DE MARK TWAIN
Un aforismo (1) es una novela de pocas líneas

  • Ni la vida, ni la libertad, ni la propiedad de ningún hombre está a salvo cuando el legislativo está reunido

  • Suponga que usted fuese un idiota y suponga que usted fuese un miembro del congreso. Vaya, pero si estoy siendo reiterativo.

  • Al principio de un cambio, el patriota es un hombre escaso y valiente, odiado y despreciado. Sin embargo cuando su causa tiene éxito, el tímido se le une, porque entonces ser patriota ya no cuesta nada.

  • Recogéis a un perro que anda muerto de hambre, lo engordas y no os morderá. Esa es la diferencia más notable entre un perro y un hombre.

  • El alcohol es malo, pero el agua es aun peor: ¡te mata si no bebes!

  • El perdón es la fragancia que derrama la violeta en el talón que la aplastó.

  • El hombre es el único animal que come sin tener hambre, bebe sin tener sed y habla sin tener nada que decir.

  • Todo hombre es como la Luna: con una cara oscura que a nadie enseña.

  • Nada necesita tanto una reforma como las costumbres ajenas.

  • Cuando yo tenía catorce años, mi padre era tan ignorante que no podía soportarle. Pero cuando cumplí los veintiuno, me parecía increíble lo mucho que mi padre había aprendido en siete años.

  • El hombre es la criatura que Dios hizo al final de una semana de trabajo, cuando ya estaba cansado. ( Y se nota ).

  • Es mejor tener la boca cerrada y parecer estúpido que abrirla y disipar la duda.

  • El paraíso lo prefiero por el clima; el infierno por la compañía.

  • He descubierto que no hay forma más segura de saber si amas u odias a alguien que hacer un viaje con él.

  • Si dices la verdad, no tendrás que acordarte de nada.

  • La música de Wagner es mejor de lo que suena.

  • Hay tres clases de mentiras: las mentiras, las malditas mentiras y las estadísticas.

  • Nunca permití que la escuela interfiriera en mi educación.

  • Honestidad: la mejor de todas las artes perdidas.

  • Y así va el mundo. Hay veces en que deseo sinceramente que Noé y su comitiva hubiesen perdido el barco.
  • Dios creó la guerra para que los estadounidenses aprendieran geografía
  • Un banquero es un señor que nos presta el paraguas cuando hace sol y nos lo exige cuando llueve.
  • Nunca discutas con gente estúpida, te arrastrarán a su nivel y entonces te ganarán con la experiencia.
  • Siempre que esté del lado de la mayoría, es el momento de hacer una pausa y reflexionar.

(1 Aforismo:  declaración breve que pretende expresar un principio de una manera concisa y coherente. 

Fuentes: Un yanki en la Corte del Rey Arturo- Capítulo 8 - Mark Twain -Editorial Cátedra./ https://www.frasesypensamientos.com.ar

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