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8 de septiembre de 2020

LAS RELIGIONES Y LA COMIDA (Parte 2 de 2 )

Las religiones tradicionales africanas 
Africa es un vasto y complejo continente y, obviamente, no se puede hablar de una sola religión tradicional para el mismo pero pueden considerarse una serie de elementos más o menos comunes de las diferentes religiones tradicionales africanas: 
La creencia en un dios a la vez diferente del ser humano y de la naturaleza y separado de ambos. Ello significa que dios ha dado a la naturaleza y al ser humano una independencia y responsabilidad propias y en las que él no interviene. 

Impera la creencia en la comunidad de los vivos con sus parientes fallecidos que se han convertido en sus ‘antepasados’. 

Es ampliamente compartida la creencia de que la diosa Tierra es la patrona y protectora de las normas y de la moralidad. Se cree, también, en un dios Cielo del que la humanidad recibe la lluvia y la luz del sol. 

Para muchos pueblos africanos, la “maldad” es la auténtica causa del sufrimiento, pues destruye la armonía natural en la sociedad. 
La dimensión religiosa de la alimentación en la religión de los antepasados africana se pone de manifiesto en los significados de la comida ritual con su función simbólica de purificación y curación integral. La comida ritual crea reconciliación en todos los órdenes y fortalece las relaciones existentes e ilustra la necesidad del equilibrio y de la vida en común en todos los niveles de la sociedad y, en último término, la unidad del mundo. Otro aspecto esencial es el de la relación entre el ser humano y el alimento ofrecido en sacrificio, pues en cierto modo el ser humano, a través de la participación en la comida del sacrificio, se hace uno con lo sacrificado al ‘recibir’ sus cualidades. De este modo, la comida ritual ilustra la dependencia del ser humano de lo que come y bebe. 

Así, las manifestaciones más importantes de las relaciones entre la comida y los rituales de carácter religioso serían las diferentes ocasiones y/o motivos por los que se celebran banquetes rituales como, por ejemplo, los siguientes: 
La comida ritual de un sacrificio expiatorio después de que alguien haya quebrantado las normas o un tabú o haya dañado el equilibrio entre las personas, con el entorno, con los antepasados o con las fuerzas sobrenaturales. 

La comida y, sobre todo, la bebida ritual como gesto de reconciliación y para la constitución de alianzas. 

La comida ritual en las ceremonias de iniciación. Los iniciados reciben, al final de su “período de instrucción”, una comida común como signo de la alianza entre ellos y entre ellos y sus antepasados. 

La comida ritual en las ceremonias funerarias. En las ceremonias funerarias se come y se bebe abundantemente, sobre todo cuando el fallecido era una persona prestigiosa. Pueden sacrificarse vacas y/u otros animales y se embadurna el féretro y el suelo con su sangre. El banquete funerario está pensado como una fiesta para los antepasados en la que éstos aceptan al difunto en su comunidad, pues la sangre de los animales alegra el corazón de los antepasados. En el pueblo yoruba, de Nigeria, a menudo se sacrifican “animales expiatorios” para que el muerto pueda tener acceso a los antepasados. 

La comida ritual y la curación de enfermedades. En varios pueblos de Africa existe la creencia en una relación estrecha entre la enfermedad y el castigo por parte de los antepasados. Su apaciguamiento exige algún sacrificio expiatorio, por ejemplo, el de una vaca entre los sosa de Sudáfrica. Los mugidos del animal moribundo “abren” el canal de comunicación entre los antepasados y los vivos. El ritual sanador se completa cuando la persona enferma prueba un pedazo de la carne asada, lo que supone el inicio del banquete comunitario. 

La libación en las comidas cotidianas. Los igbo y otros muchos pueblos africanos (también de otros continentes) no empiezan ninguna comida sin realizar antes una libación con la finalidad de que, primero, puedan probarla los antepasados y los poderes espirituales. La libación representa una especie de bendición de los alimentos y bebida a través de la que se afirma la relación con los antepasados y la responsabilidad de los vivos de recordarlos diariamente y de alimentarlos simbólicamente. Así, los vivos recibirán su protección. 
En definitiva, todas estas comidas rituales cumplen determinadas funciones más o menos específicas en relación con la comunidad misma, en relación con la unión entre las personas vivas, los antepasados y las fuerzas de la naturaleza. Dicho de otro modo, las formas, los contenidos, las razones y los alimentos y bebidas que intervienen constituyen un reflejo de la forma como la comunidad está organizada, así como de la cosmovisión que la anima. 

Además de los rituales, las poblaciones africanas, a partir de sus específicas percepciones de las fuerzas naturales, del cuerpo humano y de la salud y la enfermedad y de las relaciones establecidas entre todos estos aspectos y los alimentos, mantienen tabúes alimentarios más o menos específicos para ciertos grupos étnicos y, dentro de cada uno de ellos, para personas y condiciones específicas. Los grupos étnicos de Gambia constituyen un ejemplo al respecto :



Algunas generalizaciones

Existen  creencias y prácticas más o menos diversas de unas religiones a otras, pero también bastantes semejanzas, algunas explícitas, otras más implícitas. En líneas generales podríamos decir que, en todas las religiones, los alimentos acostumbran contribuir, en mayor o menor medida, a tres finalidades: 
Comunicarse con Dios. 

Demostrar fe mediante la aceptación de las directrices divinas concernientes a la dieta. 

Desarrollar una disciplina mediante el ayuno. 
Por lo general, las religiones acostumbran caracterizarse por una cierta oposición entre dogma (limitación del placer) y costumbre (exacerbación del placer). Por esta razón, en la medida en que comer es un acto sobre todo carnal y pasional, opuesto a los objetivos de trascendencia, predominio del espíritu sobre la materia, propios de la mayoría de las religiones, éstas limitan -cuantitativa y cualitativamente- con sus preceptos, el consumo. En este sentido, podríamos decir que las constricciones de unas u otras religiones relativas a la dieta acostumbran referirse a : 
Qué alimentos pueden ser comidos y cuáles no. 

Qué comer en determinados días del año. 

Las horas del día en las que deben ser tomados (o no) los alimentos. 

Cuándo y cuán largo debe ser el ayuno. 

El carácter simbólico de los alimentos: el ejemplo de la carne. 
La alimentación constituye un escenario privilegiado en el que se manifiestan las particularidades culturales, las reivindicaciones nacionales y las querellas religiosas. Las reglamentaciones religiosas sobre la alimentación y la mesa reflejan una percepción mágica, más o menos consciente, del consumo alimentario: la comida es percibida como un intermediario real, y no sólo metafórico o simbólico, que permite “incorporar” las cualidades y los valores que es capaz de transmitir. 

En función de sus atributos, algunos alimentos disponen de una carga simbólica más fuerte que otros. En buena medida, el período durante el cual se recoge la cosecha y el período en que se consume contribuyen al desarrollo de su imagen y simbolismo. Por ejemplo, el cacahuete fresco está valorado en toda Africa occidental porque anuncia el período de abundancia. En un sentido contrario, el cultivo a gran escala del arroz encontró fuertes resistencias en el norte del Camerún ya que el arroz silvestre se usaba tradicionalmente sólo como comida de emergencia.


En la cultura judeo-cristiana, pero también en otras muchas, la sal es inseparable de la religión. En la Biblia abundan mandamientos como “echarás sal a todas las ofrendas” (Levítico, 2, 13), cuyo sentido es precisado por las ofrendas de miel o pan con levadura (la hostia es con pan ázimo). La miel y la levadura simbolizan los alimentos sometidos a fermentación y, con ello, a una alteración y corrupción. En cambio, en un clima seco como el de Palestina, la sal mantiene su integridad. Esta incorruptibilidad deseable simboliza la alianza firmada entre el hombre y Dios como la “alianza eterna sellada con sal”. Por este motivo, Leonardo da Vinci coloca en la mesa de la Última Cena un salero volcado delante de Judas para representar la ruptura de la Alianza . Las campanas de las iglesias se frotaban con sal para bendecirlas y bautizarlas antes de pedir a Dios que dispersara los malos espíritus con su potente sonido. En la celebración del bautismo se unge a los niños con sal para ahuyentar los malos espíritus. 

Alimento por alimento, la casuística referida a sus posibles significados simbólicos sería interminable. Por esta razón, nos centraremos en un tipo de alimento -la carne- porque, a pesar de las razones biológicas y/o nutricionales para explicar el aprecio por la carne, la actitud humana frente a ella ha sido, y es, ambigua, ambivalente y, a veces, contradictoria. Ya se la exalta, ya se la prohíbe; ya atrae, ya repugna. A lo largo de la historia, y por parte de numerosas culturas, la carne y los productos de origen animal han estado sometidos a reglas de todo tipo, simplemente restrictivas o, incluso, prohibitivas. La carne ha ocupado un lugar aparte en la alimentación humana: siendo objeto de deseo y veneración entre numerosos pueblos, sobre ella recae la mayor cantidad de prohibiciones culturales que regulan su consumo (el cerdo entre los musulmanes y judíos, el vacuno entre los hindúes, etc.). No obstante, los criterios que presiden dichos valores y atributos se transforman a lo largo del tiempo y del espacio. Por lo común, pero no exclusivamente, estas reglas han tenido inspiraciones de carácter religioso. En la tradición judeocristiana, por ejemplo, la carne lleva el peso de un juicio a priori negativo. En el Antiguo Testamento, el paraíso terrestre es vegetariano. Sólo después del Diluvio Dios dará al hombre el derecho de comer carne, con la condición de que se abstenga de la sangre, que aparece como el soplo vital de los seres vivos y parte de Dios.
Durante la Alta Edad Media, la Iglesia dirige sus prohibiciones alimentarias exclusivamente a las especies animales, mientras que, salvo alguna excepción, lo vegetal es puro. Desde la Edad Media, las reglas de la Cuaresma, la división de los días en días “de carne” y días “de vigilia”, han pesado con particular rigor, al menos teórico, sobre la alimentación de los católicos (en ciertas épocas se han contado entre 120 y 180 días “de vigilia”, es decir, sin carne y sin grasa animal). 

Pero no sólo en la tradición judeocristiana; en todas las culturas conocidas, las prohibiciones alimentarias parecen mucho más importantes cuando se trata de productos animales que cuando se trata de productos vegetales. Los animales tienen atributos morfológicos que los aproximan mucho más a los seres humanos. Y cuanto más se aproximan, tanto más son objeto de prohibiciones y aversiones. Todo ocurre  como si “toda comida de origen animal fuese virtualmente susceptible de suscitar el disgusto”. No sólo la mayoría de las culturas aplican prohibiciones o experimentan repulsión ante ciertas especies animales biológicamente comestibles, sino que también se suelen contar más especies rechazadas que especies consumidas. Los bosquimanos del Kalahari, por ejemplo, identifican 223 especies animales en su entorno. Sólo consideran comestibles a 54  y, de éstas, sólo 17 se cazan regularmente. 

En Europa, las prohibiciones enunciadas por los penitenciales de la Alta Edad Media con respecto a los inmunda, las especies “inmundas”, hacen largas listas de animales y de circunstancias impuras. Los animales cuya carne es “inmunda” van del perro al gato pasando por la rata, pero comprenden igualmente reptiles y pequeños mamíferos, a veces pájaros, la carne “sofocada” (no vaciada de su sangre), la carne poco hecha, la carroña, etc. Y las prohibiciones alimenticias judaicas acaban a fin de cuentas autorizando sólo una pequeña cantidad de animales y que deben consumirse en condiciones muy restrictivas. La lista de las prohibiciones o de las especies abominables suele ser tan larga que podríamos preguntarnos si la prohibición no es la regla más que la excepción. En definitiva, pues, sería la animalidad en sí misma el factor virtualmente repulsivo. 

La muy larga y, sobre todo, diversa lista de prohibiciones relativas al consumo de carne constata el hecho de que cada sociedad clasifica sus relaciones con los diferentes animales de un modo específico y que, dentro de estas clasificaciones, se enmarcan las actitudes de los individuos frente a los diferentes productos cárnicos . Las diferentes actitudes con relación a la carne están claramente determinadas por un código cultural y social que remite a las representaciones del animal. Existe un largo espectro de percepciones y de expresiones de gusto asociadas a la carne. Durante la Alta Edad Media, las prácticas alimentarias se diferencian en los planos cultural y religioso según determinados mecanismos que se aplican, sobre todo, al consumo de carnes (principalmente la de cerdo [la extensión de los bosques europeos se medía en cerdos]). El cerdo juega en la Europa cristiana un rol simbólico totalizador y funciona como un verdadero rasgo distintivo, sobre todo en relación al mundo islámico, Pues para los judíos es una prohibición más entre muchas otras. 


Fuentes: Las religiones y la comida- Perry Schmidt-Leukel - Editorial Ariel / Pureza y peligro -Mary Douglas -Siglo XXI editores / Alimentación y religión -Jesús Contreras- Observatorio de la alimentación-Parc Científic de Barcelona -la Universidad de Barcelona/ Comer como Dios manda - L. Jacinto García-Ediciones Destino /Historia de la cocina occidental- Carlos Azcoytia-Ramada Ediciones

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